¿Jubilarnos o pensionarnos? Trascender para vivir

 

Cuando salimos de una empresa luego de dedicarle nuestro mejor esfuerzo durante muchos años de nuestra vida nos podemos encontrar con un silencio que duele pues nadie reconoce nuestra presencia y rápidamente somos olvidados. A veces, en la penumbra que deja la lámpara de la mesa de noche, atormentados por el ingratitud de otros, solemos envejecer con la sensación de tristeza y rabia que deja el no ser atendidos por quienes considerábamos en el trabajo nuestros amigos y compañeros. Y al final de los días, con un halo de melancolía recordamos los tiempos en los que nuestro trabajo era valorado, criticado, observado, reconocido… al fin y al cabo éramos alguien en el mundo gracias a lo que hacíamos.

Este camino incierto en el que estamos nos invita a hacer algunas reflexiones que pueden ser útiles al mirar nuestra relación con el trabajo:

1. ¿Vivimos para trabajar o trabajamos para vivir? Esta pregunta plantea un contraste de dos términos que no necesariamente se pueden concebir desde la perspectiva de cual está al servicio del otro. El trabajo es uno de los espacios en los que la vida se manifiesta y, por ende, nos permite examinar el tipo de vida que elegimos tener. En la tradición cultural latinoamericana con frecuencia se piensa en el trabajo como castigo (escuchamos que por eso lo pagan), en otras culturas se concibe como oportunidad e incluso como opción de vida. No es mejor una que otra, lo cierto es que la manera como lo concebimos determina la forma como lo hacemos en el día a día. Si es un castigo queremos salir de él rápido, tratamos de postergar lo máximo posible su ejecución y al final sentimos que nos quitamos el yugo de encima. Lo cierto es que una vez obtenemos la pensión o la jubilación vivimos unos primeros días de éxtasis y alegría para luego añorar el mismo castigo. Pareciera que se tratara de un narcótico que nos permite evadir los tormentos verdaderos de la vida.

2. Si nos pagan más dinero el trabajo es mejor. Parecería una verdad fuerte e incuestionable. Pues tal parece que no necesariamente es así. Conocemos personas que ganan bastante dinero en su trabajo y mantienen elevados niveles de insatisfacción con lo que hacen. E igualmente personas que obtienen ingresos no tan altos y mantienen su esfuerzo continuo y progresivamente creciente. ¿En dónde está la diferencia? Al observar los dos casos siempre aparece como el principal diferenciador el hecho de que cuando lo que un ser humano hace tiene sentido para él, los ingresos por lo que hace pasan a un segundo plano y no tienen el poder de aumentar el interés e incluso el compromiso con lo que se hace. De otra forma no se entiende el ejercicio de tantas artes y oficios que para un observador desprevenido son incomprensibles. Seguramente lo que resulta de esta reflexión es entender siempre el papel que tiene el dinero en el trabajo, más como un medio para vivir que un fin en si mismo.

3. Al final las empresas no tienen corazón, todo se resuelve en la pregunta ¿Sirves o no sirves? Como si se tratara de un mueble viejo, cuando ya no das lo que se espera de ti te botan. Probablemente esta reflexión surge de la concepción de ser una víctima de las circunstancias, donde preferimos que las decisiones sobre nuestra vida estén en manos ajenas. Las empresas son las personas que las conforman; desde esa perspectiva tienen el afecto y las emociones que esas personas expresan, transmiten o callan en la cotidianidad. La posición de que somos objetos que se ponen o se quitan no pasa de ser una imagen muy pobre de nosotros mismos. Cuando desempeñamos un oficio y lo hacemos con muchas ganas somos nosotros en toda la trascendencia que tenemos los que nos comprometemos. Al final de una relación laboral es evidente nuestro nivel de desarrollo pues aprendimos, gozamos, sufrimos, entregamos y recibimos en todos y cada uno de los minutos en los que la relación se construyó. Podemos afirmar que somos “aves de paso”, no solo en el trabajo, en la vida misma; lo que hace que cada momento que vivimos tenga un valor especial. El pasado lo podemos mirar en el presente de maneras muy distintas, lo podemos reinterpretar como queramos a la luz de las nuevas cosas que descubrimos en cada instante, solo así entendemos el valor que tiene el hecho de que el futuro es el resultado de los presentes que vivimos.

4. Quiero dejar un legado que perdure en el recuerdo de los demás. Acaso ¿ya no lo estas dejando? Cuando miramos a los ojos de todas las personas por las que tenemos un afecto especial de inmediato descubrimos que nuestras palabras y nuestras acciones tienen impacto en ellos, y deseamos que ese impacto siempre sea muy positivo. En algunas ocasiones olvidamos que esa misma regla se cumple con los demás, quien quiera que sea ese otro. Los legados se dejan en cada momento de la relación con cualquier persona, por eso es que tiene tanta importancia y mucho valor el tipo de relaciones que construimos cada día. No somos seres aislados en una “campana de cristal”, no estamos abandonados en una isla desierta sin nadie a nuestro alrededor; así no seamos conscientes estamos en permanente relación con personas que nos perciben y toman de nosotros lo que les entregamos. Dada la característica interpretativa que tiene la comunicación humana no siempre los otros escuchan y ven lo que queremos transmitirles; sin embargo, con un pequeño esfuerzo podemos “marcar” esos instantes con un mensaje positivo y alentador. Al final siempre estaremos a merced de lo que decidamos hacer con nuestra vida. El legado no es un acto final que queda impreso en la memoria de los demás; es el conjunto de acciones por las que seremos recordados, bien o mal, pero al fin de todo, recordados.

5. Cuando me jubile haré lo que no he podido hacer en la vida. ¡Qué lástima tener que esperar para vivir! Cuando este transito por el planeta es concebido como un “valle de lagrimas” y debemos aceptarlo pasivamente para obtener la recompensa al final cuando estemos jubilados perdemos la hermosa oportunidad de vivir intensamente cada momento, por difícil que pueda parecer. Esa división que tenemos en nuestra mente en la que por un lado va el trabajo, por el otro la diversión y el placer, y por el otro los temas familiares y personales nos hace daño; tanto que ni nos damos cuenta. Somos seres íntegros, conectados irremediablemente a los ambientes en los que jugamos los distintos roles que aceptamos desempeñar, por eso no existe la pretendida división de la que hablamos. En esencia nuestro ser es uno y se manifiesta en distintos contextos con rasgos característicos y propios. El arte de gerenciar nuestra vida reside en la capacidad que tengamos de hacer de cada momento de la vida un motivo para sentirnos profundamente orgullosos de nosotros mismo.

Estas reflexiones replantean ese sentimiento de compasión inadecuado que surge cuando aceptamos recibir una pensión. Ese instante es el símbolo de un cambio de hábitos de vida que nos abre las puertas a un conjunto de posibilidades que de otra forma no tendríamos. Estar mas atentos a la manera como organizamos y disponemos del tiempo libre, mirar las actividades que hace sentido realizar en ese nuevo espacio, desarrollar hábitos diferentes centrados en la opción de “disfrutarnos” mucho mas, cuidarnos física y espiritualmente. Hay tanto para hacer que solo depende de nuestras elecciones y acciones.

No nos jubilamos (3. tr. coloq. Desechar algo por inútil, RAE) sino que aceptamos una pensión (2. f. Auxilio pecuniario que bajo ciertas condiciones se concede para estimular o ampliar estudios o conocimientos científicos, artísticos o literarios, RAE) con el fin de estimular lo mejor que tenemos en ese momento de la vida para redescubrirnos y emocionarnos con lo que somos y tenemos. Al fin y al cabo, cada uno de nosotros decide qué quiere hacer con su vida, y esa responsabilidad no se delega ni se endosa. Entonces, descubrimos que si poca o mucha gente nos recuerda deja de ser importante frente al hecho de que nos sentimos recompensados por cada segundo que vivimos; y en esos segundos siempre tendremos motivos para sentirnos profundamente orgullosos de nosotros mismos. A vivir vinimos y eso solo se termina el día final, mientras tanto ¡a vivir intensamente!

Sobre el autor

Jesús Muñoz

Jesús Antonio Múñoz Cifuentes es Magíster en Dirección Universitaria; especialista en Administración, Gerencia de Recursos Humanos y Alta Gerencia; experto en Control Total de la Calidad; y psicólogo. Es autor de libros sobre Administración, Gestión Humana y Liderazgo, ponencias en congresos y artículos en revistas especializadas. Ha sido directivo en organizaciones privadas de Colombia, así como asesor y consultor internacional en los temas de transformación organizacional, gestión y liderazgo estratégico, y gestión humana (BANCO MUNDIAL, AID, PNUD). Actualmente es Profesor de la Facultad de Administración de la Universidad de los Andes, así como profesor invitado en universidades suramericanas y norteamericanas.

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