El real costo del incumplimiento…

La editora me había informado con antelación sobre la necesidad de entregarnos esta edición de la revista para nuestra revisión, pues se le acercaban días muy apretados en su agenda. El diseñador llevaba tiempo diagramando las diferentes secciones. Hasta la entrevista de portada, usualmente la sección que más tiempo requiere, estaba terminada. La edición estaba prácticamente lista a excepción de algunos pequeños detalles. Sin embargo, la editora y el diseñador no podían culminar su trabajo y entregar el documento final porque aún faltaba un “sencillo” componente: justamente esta carta del director que usted ahora está leyendo.

Cada vez que la editora me escribía o llamaba para darme seguimiento, le daba una excusa diferente relacionada con mi apretada agenda. La realidad es que, debido a las exigencias de varios proyectos surgidos con poca anticipación, no había podido enfocarme en este pendiente y sentarme a escribir. Dicho de otra forma, tenía una especie de bloqueo de escritor inducido y las musas simplemente no llegaban.

Hoy, mientras esperaba el ascensor en el lobby, coincidí con un conocido, quien, visiblemente alterado, hablaba por su móvil reclamándole a un proveedor que este tenía una semana diciéndole todos los días que le iba a entregar un pedido y no lo hacía. Me llamó la atención cómo, apelando quizás a la conciencia de este proveedor, el señor detallaba las complicaciones y retrasos que estaba teniendo con un cliente debido a esta situación. Pensé en los valiosos minutos de vida que aquel señor había perdido manifestando su frustración al suplidor. Pensé también en los minutos de vida que había perdido explicando a su cliente las razones del retraso en la entrega. Y ni hablar del disgusto del cliente final… Al colgar su llamada, giró su rostro enrojecido hacia mí para saludarme, quizás buscando apoyo moral. Solo atiné a decirle: “Si la gente supiese el verdadero costo de sus incumplimientos, se lo pensaría dos veces”. Exhalando un suspiro, asintió con cierto alivio, como el que se da cuenta de que no está solo en su sufrimiento.

Justo al salir del ascensor, recibí otro mensaje de la editora. Y en ese instante, llegaron las musas, dándome la idea para esta carta. Pensé en todas las pausas dentro de sus actividades que había tenido que hacer ella para llamarme y la energía mental de tener que estar pendiente de esto. Pensé también en todos los proveedores en los que he depositado mi confianza a través del tiempo y cómo algunos habían incumplido. Recordé la cantidad de excusas originales, transferencias de responsabilidades y argumentos ilógicos que he escuchado a estas alturas. Y pensé en las consecuencias económicas y estrés que estos retrasos me habían generado.

Recordé también que cuando un empleado o un proveedor nuestro solicita una prórroga para algo a lo que se comprometió, lo remonto a su época de estudiante y le pregunto: “Si tenías un examen y no estudiaste, ¿el profesor te cambiaba la fecha?”. Luego de responderme que no, siempre concluyo diciendo: “Y si en ese caso pagabas para que te pusieran a trabajar y cumplías, sin importar el esfuerzo que implicase, ¿por qué ahora que recibes una compensación por tu trabajo no cumples?”. Todos asienten dándome la razón. Finalmente, les digo que cuando incumplimos un compromiso, la principal persona afectada es uno mismo, especialmente por los efectos que eso genera en nuestra reputación. En pocas palabras, les aconsejo honrar sus compromisos por conveniencia propia.

En entornos como el nuestro, las probabilidades de incumplir aumentan, máxime si somos solo un eslabón en una cadena de valor. No obstante, mi exhortación es que hagamos un esfuerzo consciente por valorar la confianza que otros depositan en nosotros, respetar el tiempo de los demás, no negociar nuestra palabra fácilmente y no aceptar compromisos que de antemano sabemos que no podremos cumplir. Y si por motivos fuera de nuestro control o por un mal cálculo es evidente que no cumpliremos, siempre habrá algo mucho más valioso que el quedar mal: decir la verdad y afrontar las consecuencias. Así que, piense bien en las consecuencias para usted y los demás si está a punto de incumplir con algo.

Sobre el autor

Ney Díaz

Presidente y fundador de INTRAS, reconocida como la principal empresa de capacitación especializada y consultoría formativa en la República Dominicana, con importantes alianzas con organizaciones de España y América Latina. Preside, también, la firma de capacitación Skills y la empresa Summit, especializada en la organización de eventos corporativos. Es, asimismo, editor en jefe de la Revista GESTIÓN y Senior Advisor de Executive Education para República Dominicana de la IE Business School de España.

Como autor, ha publicado el libro Las 12 preguntas. Puede encontrar más de los escritos de Ney Díaz en su blog en https://neydiaz.com/blog.

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