Estar en el globo…

Corrían mediados del año 1994 y acababa yo de regresar al país para las vacaciones de mitad de maestría. Apenas habían transcurrido cuatro días y ya estaba a punto de entrar en “desesperación por improductividad” cuando, durante un almuerzo, caído del cielo surgió un milagro materializado en la voz de mi padre: “Hoy me encontré con Don X y me dijo que se había encontrado contigo en Madrid en enero. Me pidió que, por favor, lo llames hoy para reunirse contigo mañana”. Finalmente, llegó “mañana” y ahí estaba yo con Don X en una entrevista. Luego de las tradicionales preguntas laborales, vino la oferta: “Ney, nosotros tenemos una serie de proyectos y estamos buscando una persona como tú que nos ayude por un par de meses. Lo que podemos pagarte es RD$ XXXXX mensuales. ¿Te interesa?”

“Uff, RD$ XXXXX es apenas una tercera parte de lo que ganaba hace un año y medio cuando ni tenía un postgrado en Holanda, ni la mitad de una maestría en España”, pensé. Medio segundo después me dije a mi mismo: “Mira, Ney, hace apenas unas horas estabas por entrar en una crisis de aburrimiento. Nadie te va a dar trabajo por dos o tres meses y, además, en el único sitio donde no vas a aprender ni conocer a nadie es en tu casa”. Me imagino que a estas alturas ya suponen cual fue mi respuesta. Decidí estar en el globo…

Durante dos meses y medio me entregué en cuerpo y alma a ese trabajo. Recorrí el país completo: empezaba a las ocho de la mañana sin hora de salida, y hubo ocasiones en que salí a las 5:00 a.m. del día siguiente. Llegué hasta a hacer de “courier humano” llevando unos documentos urgentes al extranjero. Casi finalizando los dos meses y medio, faltando apenas una semana para mi viaje de regreso, fui convocado a una reunión. Lo que escuché a continuación no lo esperaba: “Mira, Ney, te propongo que te quedes un año con nosotros. Te aumentaremos el sueldo y el año que viene te vas a terminar tu maestría y te la pagamos. ¡Para mi gran sorpresa la nueva oferta era justo DIEZ veces lo que apenas dos meses atrás me habían ofrecido!

Luego de varios días deliberando y sin dormir ante tan fuerte dilema, decidí no aceptar la propuesta y no arriesgar mi sueño de tener una maestría. Sí accedí a quedarme un mes más (por lo cual llegué dos semanas tarde a clases), a buscarles una persona que me reemplazase y a regresar el próximo diciembre para trabajar un mes. Mi relación de trabajo fue tan fructífera que, una vez finalizada la maestría, regresé al país un domingo y estaba trabajando el lunes…

Todavía al día de hoy me pregunto, ¿qué hubiese pasado si yo hubiese preferido quedarme en mi casa, antes que aceptar un trabajo por una tercera parte de mi último sueldo un año y medio antes? Esta historia tiene muchos otros matices que evidencian todavía más lo acertada de mi decisión, pero lo resumiré de esta forma: si no hubiese conseguido ese trabajo temporal nunca hubiese podido financiar ese año adicional en España y, por ende, no hubiese terminado la maestría.

Confieso, cuando recuerdo esta historia, que a veces me pregunto cómo reaccionaría hoy día un joven de clase media, en circunstancias similares a la mía, a una propuesta equivalente. Sin hacer generalizaciones, es probable que ni se hubiese planteado remotamente la posibilidad de aceptar tan “insultante” oferta pues “mejor se queda en su casa ya que solo esa cantidad gastaría él en gasolina”… Al terminar su maestría ese joven querría un trabajo con una posición estratégica en su área y, claro está, en una reconocida multinacional. Querría ser gerente con vehículo asignado al año de entrar a la empresa. Y, obviamente, se iría a los dos años para montar su propia empresa de consultoría, pues ya tendría suficiente experiencia.

Con esta larga historia no quiero decir que ahora tenemos que ir por el mundo aceptando todos los trabajos que nos ofrezcan. La primera moraleja de esta historia es que tenemos que partir del paradigma de que para demostrar tu valor en una organización el primer requisito a cumplir es estar dentro, y para entrar casi siempre hay que sacrificar algo. La segunda moraleja es que para avanzar hay que hacerse “visible” en las organizaciones (que no es lo mismo que hacerse notar), pues lo que más hay en el mundo son jefes ávidos de personas en quienes puedan confiar y a quienes entregarles las riendas de su empresa. La tercera es la importancia de facilitarle el camino a la suerte para que nos encuentre porque, lamentablemente, a veces es muy tímida para entrar a nuestras casas. Y para facilitarle el camino a la suerte definitivamente hay que estar en el medio. En otras palabras, para sacarse el premio lo primero que hay que hacer es estar en el globo…

Sobre el autor

Ney Díaz

Presidente y fundador de INTRAS, reconocida como la principal empresa de capacitación especializada y consultoría formativa en la República Dominicana, con importantes alianzas con organizaciones de España y América Latina. Preside, también, la firma de capacitación Skills y la empresa Summit, especializada en la organización de eventos corporativos. Es, asimismo, editor en jefe de la Revista GESTIÓN y Senior Advisor de Executive Education para República Dominicana de la IE Business School de España.

Como autor, ha publicado el libro Las 12 preguntas. Puede encontrar más de los escritos de Ney Díaz en su blog en https://neydiaz.com/blog.

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