El futuro de la RSC
Nuestro mundo ha entrado ya en la 3ª gran revolución de su historia, la de la sostenibilidad. Vivió su revolución Neolítica y la Industrial. Ahora hay que luchar por el triunfo de un nuevo cambio global basado en el equilibrio con la naturaleza, el equilibrio económico y el equilibrio social. O lo que es lo mismo dicho en una palabra: sostenibilidad. En efecto, la RSC es hoy en día sinónimo de sostenibilidad, de equilibrio, de progreso.
El reto medioambiental
En el plano medioambiental ─o de la búsqueda de la armonía con el medio que sustenta la vida y con la propia vida─ se abre una gran oportunidad para el mundo empresarial de todo el planeta que, a su vez, es una gran responsabilidad que todos hemos de asumir. En efecto, la pata ecológica de la sostenibilidad significa siempre ahorro: ahorro energético, ahorro en materias primas, ahorro a través de los sistemas de producción, ahorro en la producción de residuos gaseosos, líquidos y sólidos… Y esto quiere decir liberación de capitales para, entre otras cosas, dedicarlos a la mejora interna y a la comunitaria, con el fin de construir un mundo mejor.
Este silogismo nos muestra claramente cómo uno de los tres componentes de la sostenibilidad puede conducir a una mejora sustancial, no solo de nuestras relaciones con la naturaleza, sino también económica –dentro de la empresa y en nuestra comunidad o más allá de ella– y en lo social.
La consonancia de la vida humana con el resto de la naturaleza y el medio ambiente es cosa de todos. No solo de las empresas. Pero no es menos cierto que estas tienen mucho que decir y hacer al respecto, teniendo muy presente que, además, dicha concomitancia está alineada perfectamente con los objetivos empresariales, además de contribuir a una mejor y más limpia imagen corporativa.
Uno de los ejemplos más claros del aspecto económico de la sostenibilidad que he tratado de defender –ahorro e incremento del beneficio con la posibilidad de dedicarlo en parte o totalmente a la RSC– es el de la planta Ford Rouge Center, en Detroit. Se trata del centro neurálgico del gigante automovilístico norteamericano. Pues bien, hace unos años la dirección se decidió por una reconversión de la antigua planta terriblemente contaminante por otra diseñada para ser mucho más acorde con la naturaleza y con la salud. La compañía ahorró, con un “simple” cambio de diseño, 35 millones de dólares. Y no solo eso, se convirtió en una factoría acorde con las leyes medioambientales, lanzando a la sociedad un mensaje de limpieza y responsabilidad, además de contribuir a una mejor salubridad de todo su entorno.
Pero Ford ha ido más allá y posee un prototipo de automóvil que funciona con hidrógeno. Además, está hecho de materiales biodegradables –por ejemplo, los asientos están forrados con espuma de soja y las ruedas son de plástico de maíz– y, por tanto, puede convertirse en materia prima de nuevo cuando termine su vida útil. Es más, un vehículo medio precisa para su fabricación unos 23,000 kg; este, solo 1,400 kg. ¡Díganme si esto no es ahorro! Y, además, supone una relación con el medio ambiente mucho más deseable.
El gran reto de la responsabilidad con la vida en la Tierra pasa por una optimización tecnológica de las empresas, lo cual implica una constante innovación, tanto en los sistemas de producción como en el diseño de productos.
¿Cómo será el mundo en el futuro?
Nuestro mundo cambia vertiginosamente y es casi imposible predecirlo. Pero voy a usar mi bola de cristal imaginaria para ver si podemos otearlo.
Nuestro mundo estuvo claramente dividido tras la Segunda Guerra Mundial en dos bloques: el norteamericano y sus aliados, y el soviético y los suyos. En mi opinión, el concepto de no alineados no ha existido nunca. Todo el mundo, más o menos, tendía a uno o a otro bando. Con la caída del Muro de Berlín, surgió un nuevo escenario mundial con los EE. UU. como única potencia mundial. Tras un corto período de tiempo, en términos históricos, asistimos a un panorama planetario claramente multipolar. Los EE. UU., la Unión Europea, América Latina, Rusia, India, China e incluso África pueden ser considerados hoy como polos diversos de nuestra actualidad y, sobre todo, de nuestro futuro.
Si bien podemos entender a los EE. UU. y la Unión Europea como similares en cuanto a su raíz común cultural, las diferencias de sensibilidad son obvias. Europa ha sufrido mucho y está de vuelta de muchas cosas: lidera la protección del medio ambiente contemporánea, la protección social, la preocupación por los conflictos universales… Creo que el conjunto de la humanidad debería aprender de ella sobre cómo compaginar libre mercado y sociedad del bienestar. Pero hay que envidiar de los EE. UU. su capacidad de emprender, su eficiencia, su Constitución y la libertad que infunde.
América Latina, a pesar de ser la “montaña rusa” de nuestro mundo, es decir, sufrir épocas de gran crecimiento seguidas de recesiones indeseables, no deja de ser un subcontinente que da el calor humano que el mundo necesita por encima de cualquier otro lugar. Todos debemos beber de esa savia vivificadora.
Rusia y su actual área de influencia, en cambio, representan la frialdad y, ante todo, un país que ha perdido el norte. Vive entre la nostalgia del comunismo –que ya no volverá jamás habiendo sido uno de los fracasos históricos más flagrantes del siglo pasado- y la del zarismo. Trata de mantener su rol fundamentado en una corrupción interna que no es nueva, pero que poco aporta a la estabilidad global.
India está tratando de ser una de las grandes potencias, pero sus desequilibrios internos y su pobreza endémica pueden acabar con dichas aspiraciones legítimas.
China, por el contrario, ya capitanea la economía mundial. Pero conocidas son sus debilidades: disparidad de nivel de desarrollo entre las zonas rurales y las costeras o cercanas a la costa, corrupción, poco desarrollo de la tecnología de vanguardia, alto grado de polución de la atmósfera y ríos… No obstante, hay que considerarla seriamente porque no solo va a mantener su liderazgo mundial –cosa que se ve reforzada por el interés de los EE. UU. (y otras regiones geopolíticas) de pactar a toda costa con ella–, sino que será el centro de gravedad del mundo. De hecho, ya lo es, aunque no seamos del todo conscientes.
África, por el contrario, es un continente complicado. Reserva de recursos por excelencia; colonizado por Europa siglos atrás y descuidado por los EE. UU. en las décadas más recientes, está siendo conquistado por una China sedienta de materias primas. Pero, desgraciadamente, hablamos de un continente con una población cautiva de guerras y hambrunas por culpa de una oligarquía mantenida en sus puestos por las grandes potencias mundiales, incluida Europa, que allí pone de manifiesto su hipocresía.
Como añadido a todo ello, no obstante, debemos aceptar que vivimos en un mundo no solo multipolar, sino también multicultural. Es imposible concebir el futuro de nuestro mundo sin pensar en un planeta diverso y rico, con contribuciones maravillosas de sus variantes culturales –aunque cada una tenga su lado oscuro- al futuro conjunto que a todos nos aguarda.
Es más, el conocido economista de la Universidad de Columbia Jeffrey Sachs ha alertado al mundo de que el fracaso de muchas de sus políticas económicas se debe a no haber tenido en consideración la diversidad cultural planetaria. Nuestro experto argumenta que no se puede aplicar la misma “medicina” a cada realidad cultural, ya que su especificidad bloquea cualquier posibilidad de éxito. Nuestro gurú argumenta que, igual que un médico no puede prescribir un mismo medicamento para distintas enfermedades, ya que la medicina precisa de una “clínica”, de las especialidades, para tratar las distintas dolencias humanas, la economía también exige de una especialización para cada región o país de la Tierra para tener éxito, que tenga en cuenta su particularidad cultural.
Así las cosas, creo que la RSC debe potenciar todos aquellos proyectos basados en la idea de un mundo multipolar, multicultural y que precisa de una economía clínica, específica, que termine con el subdesarrollo en este lugar del universo. Hay mucho que hacer en este campo.
¿Qué nos dice nuestra bola de cristal sobre la globalización?
A nivel global, hay algo fundamental a considerar: la esencia y la difusión culturales. ¿Qué quiero decir con ello? La globalización en sí misma no es ni buena ni mala… Depende.
En mi modesta opinión, la correcta globalización se basa en:
1 – Respetar la esencia de cada pueblo. Si Darwin defendía la diversidad biológica como base de la evolución y, por tanto, de la supervivencia de la vida en la Tierra, yo hago lo propio con la diversidad cultural, esencia del bagaje que ha permitido a la humanidad perdurar en el tiempo. Hay que salvaguardar lo genuino de cada región cultural del planeta.
2 – Pero sin descuidar que estamos ya todos los pueblos relacionados entre nosotros. La verdadera y sana globalización apuesta por la difusión de los contenidos culturales de otras regiones del planeta siempre que contribuyan a nuestra mejora como seres humanos y no anulen nuestra idiosincrasia. Un ejemplo paradigmático es el yoga de la India. Nos ayuda a conseguir un mejor equilibrio y bienestar y no destruye nuestra identidad cultural para nada.
Decía Gandhi que quería que los vientos de todas las culturas entrasen por las ventanas de su casa, pero que jamás permitiría que estos la derribasen.
De nuevo con la bola de cristal en mano, me pregunto: ¿qué crisis humanitarias o conflictos bélicos cambiarán la forma de hacer RSC y cómo?
Las empresas, en un futuro muy próximo –que ya de hecho, es presente hoy en día- , no podrán ignorar las grandes crisis humanitarias derivadas del cambio climático, la escasez del agua o la avidez exacerbada de un mundo por los recursos energéticos y las materias primas.
Dentro del primer caso, cabe destacar que solo los países o regiones que han sufrido el azote de los fenómenos extremos derivados del calentamiento global y sus consecuencias son capaces de comprender cuan necesaria es la sinergia entre el empresariado y las necesidades urgentes de las sociedades afectadas.
Tuve el placer de intervenir en Colombia como consultor principal en el diseño de un programa de prevención y adaptación al cambio climático, promovido por la Contraloría General de la República. Los fenómenos extremos del fenómeno de La Niña durante los años anteriores a dicho programa habían sembrado de muerte y destrucción la geografía colombiana. Solo así se explica la reacción del Gobierno de Colombia ante un desastre de tal magnitud. Los seres humanos somos así: reaccionamos bien ante las catástrofes y nos cuesta horrores actuar antes preventivamente. En dicho proceso, numerosas empresas del país mostraron su solidaridad con los planes de acción resiliente y preventiva.
El agua es otro de los temas tremendamente problemáticos en la actualidad y cuya escasez irá sin duda en incremento, aumentando las probabilidades de dar lugar a crisis humanitarias e incluso a conflictos bélicos de dimensiones impredecibles. Las causas de dicho decremento o disminución en el abastecimiento del líquido elemento, serán sin duda el aumento de la polución y la intensificación de la demanda. Existen empresas que están invirtiendo en el acceso al agua potable de comunidades con problemas graves de suministro. La idea de que a mejor salud ambiental de la población, más progreso, más nivel de vida y mejor grado de consumo de sus productos encaja perfectamente en una filosofía ganar-ganar, comunidad-RSC empresarial.
De todas formas, en este mundo hambriento de recursos, este es, y, desgraciadamente, hay que suponer que será, el motivo principal de conflictos. Ucrania, Siria y un sinfín de enfrentamientos menos mediáticos en nuestro mundo son un claro ejemplo de lo que digo. El resultado es, aparte de muerte y destrucción, que no es poco, un incontable número de refugiados. El conjunto empresarial universal no puede ser insensible a estos problemas.
Vamos hacia un mundo con un contenido ético más intenso. Cada vez estamos más interconectados. La televisión, las redes sociales, internet, están uniendo al mundo para bien y, desgraciadamente, para mal. Sin embargo, numerosas campañas o movimientos no hubieran podido tener lugar unos años atrás. La gente tiene ansias de libertad, de justicia, de ética… Y cada vez hay más conciencia y sensibilidad hacia ello.
¿Pero qué ética, con la inmensa variedad de opciones morales que hay entre la humanidad? Ética significa reflexión sobre las morales existentes. ¿Pero con qué finalidad? Con la de dialogar, pactar y actuar por un bien común por encima de los egoísmos individuales. Esa debe ser la ética del mundo –no una moral concreta- y la de las corporaciones. Es más, habrá que aliarse con organizaciones que defiendan todos esos valores universales que he ido citando a lo largo de este artículo, siendo quizás el más importante el diálogo.
Poco a poco todos esos valores enunciados puede que se vayan convirtiendo en normativa; que aparezcan en acuerdos internacionales, que sean estandarizados, como ya ha sucedido con algunos. En definitiva, que se conviertan en valores universales indiscutibles.
Muchas son los entes internacionales que comulgan con algunos o con todos ellos o incluso con otros no citados en este artículo. Quizás otra forma de crear RSC y establecer sinergias es apoyándolas o también actuando conjuntamente. Ellas están abriendo la brecha de un futuro más digno y mejor para todos.