Paradigmas y creencias
Los paradigmas son modelos mentales que determinan, por así decirlo, la forma en que vemos, entendemos y nos plantamos ante la vida. Con base en ellos, interpretamos el entorno, configuramos nuestras acciones, nos comunicamos y relacionamos con los demás. Por lo tanto, tienen, sin duda, un impacto determinante en la forma en que vivimos.
Una definición más concreta de los paradigmas es la de Joel Arthur Barker, quien dice que son: “Un conjunto de reglas escritas o no que establecen límites y nos indican cómo comportarnos dentro de ellos para tener éxito”.
Si bien es cierto que existen ciertas leyes inamovibles que rigen la vida humana y su interacción con el medio, también es cierto que todos tenemos paradigmas acerca de las distintas cosas que forman nuestro día a día, incluso acerca de temas en los que no hemos tenido experiencia. Así, por ejemplo, si a un grupo aleatorio de personas en general les lanzamos la pregunta “¿Qué es el matrimonio?”, sin duda, todos podrán responder, independientemente de si quien responde ha estado casado, lo está o es soltero.
¿Cómo es que todos tienen una opinión acerca de esto si no todos tienen la experiencia? Esto se debe a que la experiencia no es sino una sola de las fuentes de las que nutrimos nuestros paradigmas, pues a través de esta también generamos creencias que se incluyen dentro del modelo mental general que, en este ejemplo, es el matrimonio. Pero, por supuesto, existen otras fuentes que nos ayudan a generar estas creencias, como las conversaciones que tenemos, la gente con la que nos relacionamos, los libros que leemos, la familia, la cultura, los convenios sociales y, de forma muy particular, la influencia que tenemos desde pequeños de nuestros padres y el medio en que nos desarrollamos.
Podemos ver que el valor de los paradigmas es muy amplio; no obstante, existe un componente de estos modelos mentales que es aún más relevante y es su materia prima. Esta última afirmación nos llevaría ahora a preguntarnos de qué están hechos los paradigmas. La respuesta a esta pregunta es simple, pero entraña una serie de significados que serán reveladores.
Los paradigmas están hechos de creencias, y las creencias son juicios que hacemos de forma específica sobre determinadas situaciones, acciones o sucesos que nos llevan a tomar decisiones y generar acciones o a evitarlas desde las creencias asumidas. Son sumamente poderosas porque nos hacen dar por hecho que el mundo es así, como lo creemos, y nos llevan a confundir la realidad con nuestra interpretación de esta. Así, podríamos decir, en estricto sentido, que las creencias configuran nuestra realidad en el día a día —es más, minuto a minuto.
Hemos mencionado que nuestras creencias se forman a través de la experiencia, el medio y otros elementos, pero esto es solo una respuesta parcial. Siendo más específicos, las creencias se forman no a través de lo que vivimos o aprendimos, sino del significado que hemos dado a esas vivencias en un momento y entorno determinados. Por ejemplo, si de pequeño me caí de la bicicleta y me rompí el brazo, mis padres se asustaron, vi la expresión de terror en el rostro de mi hermano y la experiencia en el hospital fue dolorosa, probablemente, eso me llevé a configurar la creencia de que andar en bicicleta es una actividad muy peligrosa y que es muy probable que quien la haga tenga un accidente. Pero, ¿esto es precisamente de esa forma o es solo la creencia implantada a la luz de nuestra experiencia?
Personalmente, me inclino por esta segunda opción. En mi caso, la creencia es que andar en bicicleta, como en cualquier otro medio de transporte, es seguro en la medida que uno tome las precauciones debidas y que es muy poco probable tener un accidente. Esto, si bien no evita que llegue a suceder, me permite circular tranquilo en una bicicleta si lo deseo.
Lo mismo aplica para la seguridad. ¿Vives en una ciudad segura? Si ves noticieros, lees periódicos amarillistas y disfrutas de las conversaciones acerca de sucesos negativos que le pasaron a otras personas, lo más probable es que sientas que vives en un lugar muy inseguro. Si, por el contrario, participas en un grupo de servicio comunitario, apoyas a causas sociales y evitas la información negativa, seguramente tu sensación de seguridad será distinta.
Lo anterior no busca negar que existen hechos delictivos, lo que evita es estar enfocado en ellos y darte una perspectiva más amplia, pues en la práctica y solo con una visión estadística, verías que es muy poco probable que seas víctima de un evento de este tipo, pero podrías vivir siempre preocupado por ello.
En este ejemplo podemos ver un poco también acerca de cómo se originan algunos de nuestros temores o, como lo definió el Dr. Miguel Ruiz en su libro Los cuatro acuerdos, cómo se originan algunos de los acuerdos que tomamos para interpretar acontecimientos de nuestra vida.
Otra particularidad de las creencias es que buscan autoafirmarse con la intención de darnos certeza acerca de la manera en que debemos conducir nuestra vida. Esta autoafirmación se puede dar de forma consciente o inconsciente y funciona de la siguiente forma:
Digamos que te dedicas a las ventas y en algún momento en el pasado te convenciste de que el trabajo de ventas es difícil y que los clientes son duros en el sector en el que trabajas. Esto es cierto para ti y, por lo tanto, quizá no lo notes. Pero esta creencia establece algunas reglas tácitas para acercarte a nuevos prospectos, pues quizá te acercarás con recelo, previendo un inminente rechazo. Esto puede ser muy consciente o en un plano inconsciente. Pero el resultado es igualmente percibido por la otra parte, la cual reacciona a este comportamiento y, de ahí, genera una respuesta que muy probablemente confirme lo que crees, que las ventas son difíciles y los clientes son duros.
¿Quién creó este escenario?
Claro que esto no quiere decir que todos los clientes difíciles existen solo por tu actitud. También hay clientes que tienen sus propias creencias sobre los vendedores. Lo que trato de decir es que participamos en la creación de nuestros resultados a través de nuestras creencias al generar acciones o reacciones. La mayoría de las veces, no somos conscientes del poder de estas, pues ni siquiera sabemos qué creencias tenemos sobre cada tema.
Si lo vemos desde esa perspectiva, podemos darnos cuenta de que nuestra ideología política también es un conjunto de creencias que alimentamos con lo que interpretamos de lo que sucede, los temas de los que hablamos, los grupos sociales con los que nos relacionamos y la credibilidad que le damos a las fuentes que consultamos. Y lo mismo sucede con las personas que tienen una ideología completamente opuesta a la nuestra.
Las creencias que forman nuestros paradigmas no pueden clasificarse como buenas ni malas. Más bien, se clasifican en base a qué tanto nos alejan o nos acercan de lo que queremos lograr o de aquello que anhelamos o le damos valor. Por lo tanto, podemos considerar que hay creencias limitantes en tanto nos alejan del objetivo y potenciadoras si estas nos ayudan a acercarnos.
Quizá la parte más fascinante de este tema es que las creencias, en tanto que son aprendidas, pueden ser modificadas o reemplazadas por otras. Y esto, de hecho, nos sucede en diversas ocasiones a lo largo de la vida, desde nuestro mundo de ilusión y fantasía de la infancia hasta la aparente seguridad que nos brindaba un empleo hasta que fuimos despedidos, por citar un par de ejemplos. Si aún no lo crees, simplemente responde a estas preguntas:
¿Qué era para ti el amor cuando tenías 7 años?
¿Qué era para ti el amor cuando tenías 16 años?
¿Qué era para ti el amor cuando tenías 24 años?
Y si eres mayor de esta edad, ¿qué significa el amor para ti ahora?
Si quieres continuar con este ejercicio, puedes sustituir la palabra “amor” por cualquier otro concepto, como el dinero, el trabajo, etcétera. Los resultados, sin duda, serán interesantes.
Las creencias se pueden modificar de distintas formas. La más frecuente es que lo hagamos solo después de que las condiciones o la experiencia nos obligan a hacerlo o cuando, a través de lo que llamamos “golpe de la vida”, nos vemos obligados a ello. El otro camino es a través de la consciencia.
Cambiar a través de la consciencia implica abrir los ojos y darnos cuenta de que nuestras creencias no necesariamente son la única o la mejor forma de hacer las cosas y, a partir de eso, empezar a identificar cuáles de nuestras creencias no nos ayudan y transformar las que necesitan ser transformadas.
Al final, pudiera decir que si hay una frase que sintetiza adecuadamente la relevancia y el impacto que tienen las creencias en nuestras vidas es la que le escuché a mi querida maestra Norma Alonso en una de las clases cuando me estaba formando como coach.
“Lo que usted cree, lo crea”.
¿Alguna duda?