Escucha consciente: ¿realmente sabemos escuchar?

 

«Quien no te quiere oír, no te escucha, ni siquiera si gritas. Quien te quiere entender, te entiende incluso si no hablas».

¿A quién escuchamos? ¿Quién nos escucha? Llevo años haciendo esta pregunta a muchas personas y curiosamente la contestación suele ser siempre la misma: «a pocos» y «pocos». Porque para que se dé la escucha ha de darse una decisión responsable, una actitud y un deseo de querer comprender, con el corazón limpio, el universo de la otra persona, si no jamás habrá escucha.

Si lo pensamos un poco, la escucha consciente es el acto de amor más verdadero que existe. Se trata de poner toda nuestra delicadeza y atención en el otro, y dejarnos transformar por sus palabras, no solo con los oídos, sino también con los ojos, la mente, el corazón, la piel y las entrañas. Ese otro ha puesto su corazón en sintonía con el nuestro, y, entonces, se produce uno de esos escasos momentos mágicos de la vida en plenitud. Ya que no podemos olvidar que, en lo más hondo, todos los seres humanos buscamos afectos: que alguien nos escuche con todo su ser es el gran regalo del alma para el alma.

Saber escuchar es cultivar el presente del otro, viviendo por primera vez lo que el otro revive una vez más; es acompañar y dejarse tocar por su narrativa, fuera de nosotros mismos, para bucear en una perspectiva desconocida, probablemente incomprensible, tal vez incontrolable, absurda, hermosa… sea como sea, diferente.

Sin embargo, pese a que ese viaje de buceo puede resultar tan singular y enriquecedor, no solemos arriesgarnos a emprenderlo porque se nos dan una serie de condicionantes que nos limitan y nos impiden escuchar.

  1. Los ruidos internos y externos
  2. El orgullo, la prepotencia y el monólogo del ego: pensar en responder y no en comprender
  3. La mente rígida: creer que tenemos la razón y hemos de imponer nuestra opinión o dar un sabio consejo
  4. Los sesgos, las suposiciones, prejuicios, estereotipos, distorsiones cognitivas: dar por hecho determinadas suposiciones, aunque no exista evidencia para ello.
  5. La multitarea: cuando estamos solo interesados en alguna parte de la información y descartamos el resto o cuando, mientras oímos, estamos pensando en otras cosas. Ambas tienen que ver con NO estar presente 100 %, lo cual es una falta absoluta de respeto.
  6. La prisa, la ansiedad y el cansancio son también grandes detractores de la escucha.

Si ponemos el esfuerzo de combatir todos estos limitadores, nos daremos cuenta que, al final, la escucha es humildad. Es dejarnos atrás nosotros, sin contestar a nada, para tratar de discernir al otro, de verlo y comprenderlo. En ese momento, entonces, aprenderemos otros puntos de vistas, otras experiencias, otras maneras de vivir la vida —ni mejores ni peores— distintas a las nuestras.

«Cuando hablas, solo repites lo que ya sabes. Pero cuando escuchas, quizás aprendas algo nuevo». Dalai Lama

Tras muchos años ejercitándome en este arte de la escucha consciente, creo que, si queremos o necesitamos evolucionar en nuestros niveles de atención, hemos de transitar estos 3 pasos:

PASO I. Comenzar a escucharnos a nosotros mismos

Tomar la determinación de atender lo que nuestro ser quiere mostrarnos: sentimientos, pensamientos, necesidades, recuerdos, memorias. Necesitamos momentos de silencio en los que estar con nosotros —en el mismo lugar y hora, si fuera posible— para desarrollar el hábito de observarnos y prestarnos atención hacia adentro. Quien no se sabe escuchar, raramente podrá escuchar al otro.

«No voy a dejar de hablarle solo porque no me esté escuchando. Me gusta escucharme a mí mismo. Es uno de mis mayores placeres. A menudo, mantengo largas conversaciones conmigo mismo, y soy tan inteligente que a veces no entiendo ni una palabra de lo que digo». Oscar Wilde

Entonces, una vez que hayamos detenido nuestro ruido mental, nos daremos cuenta que las cosas no son como creíamos, esas eran nuestras interpretaciones, sino que son como son. Lo mismo pasa con nosotros, somos quien somos, no quien nos dijeron, ni quien queríamos ser, ni quienes pensábamos que éramos. Sólo necesitamos darnos permiso de ser, de conectar con el interior propio para reconectar con nuestra esencia infinita.

PASO II.  Salir del yo

Para escuchar, la clave es silenciar nuestro ser y estar presente para el otro.

«La sabiduría viene cuando uno es capaz de aquietarse. Solo mira, solo escucha. No hace falta nada más. Aquietarse, mirar y escuchar activa la inteligencia no conceptual que anida dentro de ti. Deja que la quietud dirija tus palabras y tus acciones». Eckhart Tolle

Necesitamos acallar nuestro egoísmo, nuestras ganas de omnipresencia, nuestro ego, que solo tiende a asumir etiquetas y emitir juicios. Hemos de recordar que no somos el ego, aunque este forme parte de nosotros. Por eso, para escuchar, necesitamos neutralizar nuestras voces: saber que están ahí, pero no hacerles caso, permitirles que se vayan. Hemos de ser disciplinados en esto para aquietarnos. Solo desde esa quietud, podemos dar el siguiente paso.

PASO III. Acoger al tú

Cuando escuchamos con todo nuestro ser, estando presente, sin quedarnos enganchados en nuestros propios pensamientos, conseguimos que otro ser humano se sienta respetado, amado, empoderado. Por eso, hemos de abrirnos más allá de nuestros esquemas personales, y lanzarnos a conocer a un ser legítimo, autónomo y diferente. Ir hacia él, con atención y respeto, hasta observar que nos deja entrar en su mundo privado, permitir con calidez que vacíe su corazón y acogerle con una oreja amorosa que averigüe cómo se le presenta la vida y cuál es su verdad.

“Lo importante no es escuchar lo que se dice, sino averiguar lo que se piensa”. Juan Donoso Cortés

Ya para concluir, les dejo con este texto de Richard O’Donnell que creo que resume muy bien todo lo que he querido expresar en este artículo:

Cuando te pido que me escuches y tú empiezas a aconsejarme,

no estás haciendo lo que te pido.

Cuando te pido que me escuches y tú empiezas a decirme que yo no debería

sentirme así, no estás respetando mis sentimientos.

Cuando te pido que me escuches y tú piensas que debes hacer algo para

resolver mi problema, estás decepcionando mis esperanzas:

¡Escúchame!

Todo lo que pido es que me escuches,

no que me hables ni que te tomes molestias por mí.

Escúchame, solo eso.

Es fácil aconsejar, pero yo soy capaz;

tal vez me encuentre desanimado y con problemas, pero no soy incapaz.

Cuando haces por mí lo que yo mismo puedo y tengo necesidad de hacer,

no estás haciendo otra cosa que atizar mis miedos y mi inseguridad.

Pero cuando aceptas simplemente que lo que siento me pertenece a mí,

por muy irracional que sea, entonces no tengo por qué tratar de hacerte

comprender más, y tengo que empezar a descubrir lo que hay dentro de mí.