Una cultura anti-Covid: no más empresas enfermas

 El COVID-19 llegó y su análisis se hace desde la perspectiva de la salud. Permítanme vincularlo al sector empresarial, con un diagnóstico hecho hace mucho tiempo en nuestras organizaciones y del cual no nos hemos ocupado, inclusive para empresarios y colaboradores que, ignorando el asunto, conviven con el mismo y sin ninguna vacuna. 

Se señala que los síntomas son leves al comienzo, y de forma gradual pueden acrecentarse, existiendo muchas personas asintomáticas. El contagio es de persona a persona. ¿Y cuál es la semejanza de la sintomatología y del curso del virus con algunas organizaciones, pero a la que no le ponemos atención? Es claro que un porcentaje importante de nuestros colaboradores presentan dolores, y tienen malestares que no permiten dormir adecuadamente, que impiden ser mejores personas, que nos hacen actuar en la individualidad, impidiendo la cooperación y dejando los valores corporativos exclusivamente para los documentos.

Una segunda pregunta podría ser: ¿Y quién tiene el virus; dónde está el que contamina? La respuesta es sencilla. Está muy cerca. Deja contagio por doquier. Es igual que el COVID-19, que ha venido posicionándose poco a poco y presentando síntomas, como, por ejemplo, excesivo control, desconfianza extrema, conflictos destructivos entre colegas, con algunas fiebres que se controlan con fármacos como, por ejemplo, despedir buenos colaboradores y reemplazarlos por otros, incumplir una meta importante y llevar a cabo una reprogramación, aceptar un incompetente por ser leal a un supervisor o jefe, en muchos casos violentando los principios corporativos. 

Nos hemos venido contagiando, sin reacción alguna. Existe un COVID-19 desde hace mucho tiempo que viene matando excelentes ideas y empresas que, sin darse cuenta, acarrean el virus: personas que olvidan el eje central en los negocios, el servicio, y se sigue prefiriendo la supervisión, ese ejercicio atrasado de obligar, mandar, ejercer poder, entendiendo muy poco de la psicología humana. Por ello, un número importante de colaboradores vivimos alejados para no contaminarnos.

Tenemos en nuestras empresas personas asintomáticas, aquellas que tienen el virus, que no tienen la fiebre, pero sí contaminan. Tal vez, para el caso empresarial, son las más peligrosas, pues parece que solo les preocupa una paga y no un estilo de empresa donde todos estemos sanos. Algunos empresarios buscan la vacuna fuera: un consultor, un software o un cliente. 

Es más inteligente eliminar el virus dentro y, para ello, debemos generar un estilo de vida personal y corporativa. Las empresas no tienen alma, pero sus integrantes transmiten energía, vitalidad e irradian en cada acción una forma en que clientes, proveedores y sociedad observamos un espíritu que enamora y nos acerca al concepto de lealtad. Eso pretenden la mayoría de las marcas, pero no les gusta estar cerca de algún virus. Por ello, el medicamento se llama cultura corporativa. Veamos entonces.

La cultura de hábitos anti-COVID

¿Se ha preguntado en algún momento por qué teniendo ejecutivos de tan alta calidad, los resultados no son acordes con esas mismas calificaciones? Existe un reto que se ha quedado en eso, aquella dificultad de conseguir mejorar la productividad, pero no logramos derrotar la procrastinación. Las empresas necesitan establecer un método que implique más vitalidad, que facilite más producción, pero con menos esfuerzo. Alguien preguntará: “¿Y eso es posible?”. Yo le digo sí. Gran parte del esfuerzo interno en las empresas está en las malas relaciones, egoísmos, competencia desleal al interior y poco respeto por los compañeros… Eso es un COVID empresarial.

La gran mayoría de organizaciones han implementado esquemas de planeación, que vienen demostrando una deficiencia sin respuesta, muchas metas y pocos logros. Necesitamos incorporarles a los planes hábitos de productividad en cada una de las cabezas de nuestros colaboradores. La cultura de hábitos empresariales difiere de la disciplina militar o los estilos donde los trabajadores deben hacer lo que se les manda. Por ello, me gusta decir colaboradores en vez de trabajadores. Ese estilo no carga virus, hace lo que le apasiona y le gusta la libertad. Por lo tanto, no está sujeto a que a los colaboradores los tengan que supervisar.

Hemos comprobado que excelentes profesionales mantienen un virus, un COVID, ya que tienen desordenada su vida. Viven con hábitos que limitan algunas áreas de su existir, como familia, finanzas, relaciones, etcétera, y ellos no son los líderes que demandan las empresas que persiguen una cultura de hábitos. Ellos no encarnan el ejemplo, la disciplina, de una organización que pretende conseguir metas, ser eficiente en el tiempo y que cada colaborador lleve una vida sana.

Se hace necesario integrar dos palabras claves en el nuevo modelo empresarial: cultura y hábitos. La primera, definida como la suma de creencias y valores, es una programación que se manifiesta en el sentir y el actuar de los colaboradores, estableciendo coherencia en el ambiente organizacional. Se asocia a la cultura, el hábito corporativo, que permite observar los comportamientos o conductas que cada colaborador ejecuta en respuesta a los valores y a la eficiencia que facilita aplicar un hábito.

Un programa de cultura de hábitos anti-COVID debe iniciar con los acuerdos base, que están previstos en los valores corporativos. Aquí surge un problema. Los valores no fueron concertados. Muchos han sido diseñados por consultores o trabajados por solo un grupo de ejecutivos. Similar a lo que ocurre con el virus, si solo lo conocemos a través de las noticias, la información médica, las normas de protección y seguridad están lejanas.

En nuestra empresa, organización o corporación es similar. Si lo que representa el sentido más profundo, nuestros valores, son sugeridos, impuestos, o simplemente colocados en una cartilla o documento, puede que funcionen en un tiempo, pero la compañía crece, los momentos cambian y la esencia de la organización queda atrapada en los estilos personales. Ese es un virus corporativo que admitimos y nos va enfermando uno a uno.

Los valores son el espejo donde se mira la cultura y deben ser los cimientos de la sabiduría corporativa. Dicen los expertos que cuando llega a nuestras vidas la enfermedad es porque nos falta saber algo, o existe una alerta que nos indica que debemos hacer una parada para detener el germen que está atacando. De no ser así, el virus se posiciona y va destruyendo poco a poco los órganos, que en el caso de la corporación son sus áreas de trabajo, sus equipos, su gente. A eso me refiero cuando digo que el problema no está en la materia prima, en la producción, en la venta… Está en las relaciones al interior, en el espejo que irradia la cultura.

Finalmente, podemos conocer las leyes de la naturaleza, pero no modificarlas. También conocemos las leyes que nos rigen a los humanos. Esas sí las podemos cambiar o reformar. Si aceptamos que nosotros somos nuestros hábitos, podemos iniciar ese ejercicio que ha llevado a empresas pequeñas a convertirse en grandes, no por el tamaño, sino por su impacto y alegría de trabajar con y para ellas.

La idea es encaminar una cultura de hábitos desarrolladores, pues también podemos construirlos. Sin embargo, está muy vigente una cultura de hábitos limitantes, aquella que produce miedos, rencor, molestias que no se manifiestan, poca creencia en el compañero, desconfianza y, en fin, un caldo de cultivo o virus, peor que el COVID-19. En cualquier momento, la enfermedad llega y no tiene vacuna. Entonces procedemos a llenarnos de supervisores que vuelven a la empresa en un sitio agreste de seguimiento, agreste, llamados de atención, registros, sanciones, castigos y distanciamiento, cuando todo ello hace que la producción, la venta y, en últimas, las utilidades disminuyan para todos.

En una cultura de hábitos desarrolladores corporativos, el colaborador debe querer vacunarse contra ese virus que afecta la empresa. Aquí no se puede prohibir acercarse, porque en la empresa debemos estar integrados; aquí no sugerimos colocarse tapabocas, porque lo que se requiere es que nos expresemos, que propongamos nuevas ideas, ser creativos e innovemos como un ejercicio natural. Por ello, las normas sugeridas por la enfermedad con el coronavirus no funcionan en la corporación; debemos aplicar otra fórmula y nuestros líderes deben ser el ejemplo. En muchas organizaciones las propuestas de cambio ingresan con alta posibilidad de fracaso, pues sus líderes no quieren aplicarse la vacuna.

Las organizaciones que se plantean el cambio con seriedad toman un estado nuevo de consciencia y evolucionan más allá de la consciencia de aquellos que siguen pensando en los sistemas jerárquicos para gestionar, con alta reserva de la información, plagados de jefes y supervisores y creyendo que la suma de todos sus integrantes es más que sus partes, como supuestamente debería ser, pero que, en la realidad, no lo es.

El sistema actual es desgastante. Los ejecutivos se están enfermando de estrés, un estado de cansancio y agotamiento calificado como un exceso de presente, con alta dosis de ansiedad, y otro exceso, pero de futuro. Creo que ese no es el camino. La ruta es transformar nuestras culturas en sistema de hábitos, aquello que es observable, medible y comparable y que los seres humanos podemos llevar a cabo de manera automática, con resultados para la empresa y para la salud del colaborador.

Hasta la próxima, sin COVID organizacional.