Los «favores»…
Al principio de mi carrera profesional, llegué un día a casa desalentado. Me senté en el sofá con la cabeza baja y le dije a mi padre: “Voy a renunciar de mi trabajo”. Mi padre, que recordaba el entusiasmo con que había comenzado y con el que regresaba durante los primeros seis meses, me preguntó qué me pasaba. Le respondí que estaba cansado de que mi jefa (la dueña de la empresa) me asignara proyectos y tareas fuera de mis responsabilidades que, a veces, me hacían salir de la oficina tarde en la noche —incluso de madrugada— o ir a trabajar los fines de semana.
Me asignaba nuevos proyectos aún sin haber terminado los anteriores y luego me preguntaba sobre los primeros como si no me hubiese asignado los demás. A veces, me pedía que la ayudase en labores que correspondían a otros. En resumen, me pedía “favores” y luego me exigía que respondiese por estos como si fuesen parte de mi trabajo…
Le conté que en ocasiones me hablaba en un tono fuerte cuando me equivocaba o no cumplía con la entrega de una asignación. Añadí, “pero, ¿y cómo voy a terminar los proyectos si todos los días me asigna uno nuevo?” Estaba cansado de que nunca estuviera conforme al ciento por ciento y siempre me pidiera hacer algún cambio. Me molestaba que cuando ella estaba de viaje o trabajando tarde en la oficina, me llamara a la casa como si nada para preguntarme sobre algún proyecto. Y lo que más me molestaba era que cambiaba de opinión constantemente sobre qué era prioritario.
Mi padre suspiró, se sentó, y me hizo varias preguntas: “
¿Te ha faltado al respeto alguna vez?” Respondí: “No, pero…”, y justo cuando iba a explicarle, dijo: “Shhh, por favor, déjame terminar”.
“¿Estas asignaciones o ‘favores’, son tareas por debajo de tu nivel profesional o intelectual, o incluso de tu capacidad?” “No”, respondí.
“¿Estás aprendiendo algo nuevo en el proceso?” “Sí”, contesté.
“¿Cumple la empresa con todos sus compromisos contigo?” “Sí”, asentí.
“Esta forma de ser de tu jefa, ¿es algo reciente o siempre ha sido así?” “Siempre ha sido así”, contesté.
“¿Has tenido alguna vez una empresa para saber la presión que implica ser el máximo responsable de que las cosas salgan bien y el máximo afectado si salen mal?” “Tú sabes que no”, respondí.
Al terminar, dijo: “Te voy a explicar algo y voy a hacerlo por partes, mi hijo. Eso que llamas ‘favores’, no son favores: son votos de confianza. Mientras más alta tu posición o mayor la confianza que te tienen tus jefes, mayor es el nivel de asignaciones ‘fuera de la descripción del puesto’. A los únicos a quienes se contrata para que solo hagan la función que les corresponde es a los serenos. Quizá por esto es que la mayoría se duerme. En las organizaciones siempre habrá más trabajo que personas para hacerlo”.
“Las empresas son un reflejo de la vida misma: surgen imprevistos, urgencias y cambios de prioridades. Te puedo asegurar que no existe el trabajo perfecto y mucho menos el jefe perfecto. Antes llegabas feliz del trabajo, incluso cuando regresabas de noche o ibas un domingo. Si el trabajo es el mismo, la empresa es la misma, las presiones son las mismas y tu jefa también es la misma, debes reflexionar si el que ha cambiado has sido tú. O si, peor aún, has sido contagiado por algún compañero mediocre o apático (ver Vacúnese Contra la Apatía). Tu jefa no puede cargar con la responsabilidad de algo que debes buscar dentro de ti: la auto motivación e inspiración de ser mejor cada día”.
Sus últimas palabras fueron las que más me impactaron: “Respecto a la palabra ‘favores’, no quiero escucharla nunca más de tu boca. Los únicos favores los ha hecho tu jefa. El primero te lo hizo contratándote entre otros candidatos y pagándote —obviamente, a cambio de tu esfuerzo— el dinero con el que costeas tus gastos. El segundo, brindándote su confianza; nadie asigna trabajos a alguien en quien no confía. Y el mejor favor de todos: enseñándote a estar siempre fuera de tu zona de confort. La capacidad de trabajo es como los músculos, que si no los ejercitas a diario, se atrofian. El día que tengas que hacer para tu propio beneficio todo esto, te resultará mucho más fácil. Por último, nunca pienses que si alguien te da las gracias por algo es porque le has hecho un favor”.
Al otro día regresé a la oficina con más ánimo que nunca. Jamás volví a ver al trabajo como una carga, ni a las asignaciones como favores. Ni el trabajo, ni la empresa, ni la jefa habían cambiado. Cambié yo, o como diría el Dr. Covey, cambié mis paradigmas. Tal como dijo mi padre, volví a encontrar la energía y la inspiración. Y, claro está, hoy que dirijo mis empresas el trabajar mucho me resulta fácil… Cualquier parecido con su realidad es pura coincidencia.