Antes de que sea muy tarde…
Era el 26 de febrero del 2009 y me encontraba yo en la Región Este del país en una conferencia de una organización internacional a la que pertenezco. A pesar de que el evento era de tres días, unos compromisos personales ineludibles en Santo Domingo que coincidían con la noche del segundo día me obligaban a retirarme al final de esa jornada. Para aprovechar lo más posible la conferencia y, a su vez, poder estar a tiempo de regreso, opté por volar de ida y vuelta en avioneta.
Una de las conferencias finales de ese segundo día estaba tan interesante que quise “estirar” lo más posible mi permanencia antes de tener que partir al aeropuerto a tomar la avioneta de regreso. Finalmente, llegó el momento decisivo en el que si me quedaba un minuto más corría el riesgo de perder el vuelo. Salí apresurado del salón y ya prácticamente entrando un pie al taxi que me esperaba, escuché a la distancia una voz femenina que gritaba “¡Ney!”. Consciente de que a partir de ese momento yo corría el riesgo de quedarme, giré en cámara lenta con el ceño fruncido pensando “Dios mío, ¿y ahora quién es?”. A lo muy lejos, se veía la silueta femenina que se acercaba con una sonrisa. Yo apenas atinaba a preguntarme quién era esta persona tan inoportuna y sentía los segundos pasar como horas mientras ella caminaba hacia mí.
Finalmente, se me acercó la joven. Al principio, no la reconocí, pero en unos segundos recordé de quién se trataba. Era la vendedora de una compañía que varios años atrás había sido proveedora de mi empresa. Amablemente, me preguntó qué hacía por allí, para inmediatamente- y de forma muy entusiasta- contarme que estaba trabajando en ese hotel desde hacía un tiempo. Yo, más que escucharla (la realidad es que escuchaba sus palabras en cámara lenta, como en las películas…), solo pensaba en que la avioneta me iba a dejar. Muy cortésmente, pero quizás siendo un poco cortante, le pedí que me disculpara porque tenía que marcharme. Me despedí apresuradamente de ella y procedí a montarme en el taxi. Está de más decir que llegué en photo finish al aeropuerto para mi vuelo.
Al final de la tarde del día siguiente y ya tranquilo en casa, empecé a recordar todo lo del día anterior. Tuve un flashback de aquel episodio y empecé a sentirme un poco mal por lo tajante y, a mi entender, ligeramente descortés que había sido con la joven cuando me despedí de ella. Decidí escribirle una nota pidiéndole disculpas y explicándole un poco la situación. Para mi sorpresa, la joven, a su vez gratamente sorprendida por mi mensaje, no había notado descortesía alguna en mi comportamiento, procediendo inmediatamente a ponerse a las órdenes de nuestra empresa desde su nueva posición en el hotel. Para mí fue realmente un alivio.
El 21 de marzo de ese mismo año, o sea apenas 22 días después de nuestra conversación, me enteré por la prensa que aquella joven había fallecido en un accidente automovilístico… Todavía me pregunto cómo yo me hubiese sentido si no le hubiese escrito esa breve nota disculpándome. Ese día aprendí una lección que cambió para siempre mi vida: no guardarme para mí las cosas positivas que pienso o que quiero decir a las personas.
Podría enfocar esta nota un poco dramática por el ángulo personal, pero creo que el mensaje está más que claro. Así que siendo esta una revista de corte empresarial, quisiera enfocar mi reflexión en esta vía. ¿Les decimos a nuestros supervisados cada vez que lo pensamos lo mucho que valoramos su esfuerzo o su trabajo? ¿Les comentamos a nuestros compañeros de labores cada pensamiento positivo que nos llega de ellos o de su trabajo? ¿Les compartimos con la frecuencia debida a nuestros jefes nuestra admiración o lo mucho que apreciamos su dedicación a nosotros? ¿Les externamos a nuestros proveedores excelentes lo bien que lo hacen y destacamos su nivel de compromiso? ¿Agradecemos con la periodicidad adecuada a nuestros clientes por su lealtad? ¿Pedimos disculpas cuando, como humanos que somos, cometemos un error y hacemos sentir mal a un compañero o supervisado?
Quizás muchos pensemos subconscientemente que con hacer lo arriba mencionado “perdemos puntos” o mostramos debilidad. O simplemente, aunque pensamos en hacerlo, consideramos que lo que más queda son días para hacer eso o que estas cosas tienen su momento y su ocasión como la fiesta de Navidad o el aniversario de la empresa. Mi mensaje es que quizás para cuando usted decida hacerlo ya sea muy tarde… Y no me refiero a un “muy tarde” tan dramático como el de esta historia. Me refiero a no esperar a que a estas personas se les “muera” su motivación o les ocurra una desconexión emocional con nosotros o nuestra empresa…