¿Pozo o trampolín?
Hace unos años escuché una historia que me dejó marcado. Un reconocido psiquiatra norteamericano decidió realizar una investigación con numerosos asesinos en serie con el objetivo de encontrar las causas raíces y patrones comunes para las desviaciones y comportamientos sociópatas en algunas personas. Durante su investigación entrevistó a un asesino en particular que le relató que había tenido una infancia traumatizante, con un padre alcohólico que les propinaba palizas continuas a su madre y a sus hermanos. Cuando su madre decidió abandonar a su padre terminaron viviendo una pesadilla peor, con un padrastro que abusaba de él y sus hermanos. El entrevistado también le reveló que tenía un hermano gemelo, prestigioso profesional, exitoso empresario y destacado líder comunitario, además de padre y esposo ejemplar.
Motivado por la curiosidad científica de determinar cómo dos personas con exactamente el mismo material genético y criadas en el mismo entorno podían haber tomado caminos diametralmente opuestos en la vida, quiso entrevistar al hermano gemelo que representaba la otra cara de la moneda. Durante la entrevista pudo validar la integridad de aquel señor. Pero hubo un detalle de la entrevista que fue lo que más impactó al estudioso de la conducta. Cuando le preguntó qué le había motivado a ser como era y a elegir el camino que siguió, su respuesta fue idéntica a la de su hermano psicópata: “Definitivamente, la infancia que tuve…”. Dos hermanos gemelos, ante las mismas circunstancias, decidieron tomar dos caminos distintos. Mientras uno decidió dejarse consumir por la dimensión de sus miserias y canalizar sus frustraciones haciendo daño a los demás, el otro decidió convertir estas circunstancias en la motivación de vida para superarse continuamente.
Apliquemos esto al mundo corporativo. Seguro que varios de nosotros en alguna ocasión hemos perdido un merecido (y a veces anunciado) aumento o promoción, solo para ver que es otorgado a alguien con menos méritos que nosotros. Seguro que muchos de nosotros hemos trabajado duro en un proyecto para luego ver como nuestro jefe se lleva el crédito, sin tan siquiera mencionarnos entre sus colaboradores. Seguro también que algunos hemos visto como, a pesar de dar nuestro ciento por ciento, el radar de las promociones simplemente nos pasa por encima y permanecemos años en una posición con la que ya no sentimos ninguna identificación, mientras vemos como otros, con una “capacidad de adulación” por encima de la media, crecen sin parar en la organización. Seguro que algunos de nosotros hemos tenido compañeros y jefes que no solo no nos ayudaron a crecer, sino que drenaron nuestra inspiración o energía creativa. Y si no nos ha pasado nada de esto, seguro que sabemos de alguien a quien le ha pasado.
La lista de ejemplos como los arriba mencionados podría ser muy larga. Solo he mencionado algunas situaciones al azar, pero podríamos hacer un largo listado para cada uno de los roles que nos toque asumir en la vida. Pero eso es irrelevante. Lo relevante es lo siguiente: qué hacemos con estas situaciones ¿Las convertimos en pozos y nos hundimos con ellas o las convertimos en trampolines para impulsarnos hacia nuevas oportunidades? Y con esto no me refiero a “escapar” del problema. Me refiero a apelar a nuestra creatividad y esforzarnos apasionadamente por buscar nuevas formas de lograr lo que queremos y entendemos que merecemos.
Es muy cómodo y fácil resignarnos y cederle el control de nuestro destino a nuestro pasado, a nuestro entorno o a las circunstancias coyunturales. Incluso puede ser un gran alivio transferir la responsabilidad (por no decir la culpa) de nuestra realidad a terceros. A veces vemos a personas esbozar razonamientos espléndidos para justificar sus fracasos y estancamientos en la vida -enriquecidos de tal forma con argumentos lógicos y evidencias- que nos hace pensar que si en lugar de dedicar esos esfuerzos creativos y energías para crear esos argumentos los hubiesen invertido en cambiar sus circunstancias, otro gallo cantaría. El problema de asumir esta actitud es que, tal y como hemos escuchado antes, en la vida todo lo fácil eventualmente se torna difícil y todo lo difícil eventualmente se torna fácil.
No nos estanquemos nunca. Estemos atentos a las señales de que “ya es suficiente”. Paremos de lamentarnos, tomemos las riendas de nuestro destino y, sobre todo, el control de nuestras circunstancias. Dejemos el rol de víctima y de convertir cada “evento” en una “eventualidad”. Utilicemos cada una de las situaciones que nos suceden en la vida como plataformas de motivación para lanzarnos en la búsqueda de nuevas opciones, posibilidades, ideas y estrategias. Recordemos que el tiempo perdido es lo único que no se puede recuperar en la vida…