La creciente necesidad de líderes inspiradores
El liderazgo es una habilidad que no se puede enseñar. solamente se puede aprender. es imposible que nadie, por más conocimiento y experiencia que tenga en la vida o en su profesión, pueda hacer de otra persona un líder. Convertirse en alguien que es capaz de aunar voluntades encontrando el bien común que satisface a todos, y de movilizar a un colectivo hacia un futuro positivo y factible, es un camino que solo puede arrancar del interior del propio individuo. solo puede nacer cuando alguien mira en su interior y se da cuenta de qué tiene y qué le falta para llegar a ser el líder que sueña. Como en muchas otras ocasiones de la vida, para ejercer el buen liderazgo el primer paso es querer aprender.
Hay varias competencias que forman parte de esa envidiable cualidad humana que llamamos liderazgo. Una de ellas es, sin duda, la capacidad de imaginar y planear un futuro mejor para la organización. De fijar un rumbo en el cual quepan los pequeños o grandes destinos de cada uno. Otra es, por supuesto, la habilidad para desarrollar a los miembros del equipo, sacándolos constantemente de su zona de confort y propulsándolos hacia nuevos destinos, a veces nunca imaginados por ellos. Una más es la capacidad para leer la realidad de una manera objetiva, ecuánime, de manera que ni un pesimismo inmovilista ni un optimismo inconsciente pongan en riesgo a la organización. Y, en los últimos tiempos, estamos viendo cómo, además de estas y otras muchas competencias que conforman la capacidad de liderar, es cada vez más importante la capacidad de inspirar a los miembros del equipo.
En 2012, IBM promovió un estudio en 64 países en el que se concluía que la capacidad de inspirar a otros era una de las habilidades clave del liderazgo. Un año después, un estudio publicado en Harvard Business Review, que analizaba las evaluaciones de más de medio millón de profesionales, confirmaba este hallazgo: la capacidad para inspirar fue la más mencionada cuando se les preguntó qué competencia les gustaría que tuviera quien les dirige.
La inspiración es una de las fuerzas más poderosas que habitan en el interior del ser humano. La ciencia nos dice que genera bienestar y que nos hace producir sin apenas esfuerzo. Dos cualidades imprescindibles en cualquier camino hacia el éxito, y desde luego en todas las organizaciones. Esos dos motivos, por sí mismos, bastarían para legitimar su búsqueda. Sin embargo, más allá de ellos, es su capacidad para impulsar a los equipos hacia delante lo que hace que la inspiración sea un elemento esencial del liderazgo.
La inspiración es una emoción que trae a la conciencia una agregación súbita de sentido. Fuera de nuestra conciencia habitan constantemente ideas y pensamientos que interactúan sin nuestro control. De repente, dos o más de ellos se conectan entre sí, generando un sentido que es importante para nosotros, algo que tiene que ver con lo que en el fondo somos, con el sentido último que le damos a nuestra existencia. La emoción que ese importante hallazgo nos produce hace que la agregación de sentido que se ha generado irrumpa bruscamente en nuestra conciencia: eso es la inspiración.
Las organizaciones tienen un alma. Esa alma es una construcción de sentido. Alguien en algún momento conecta una serie de significados, se siente inspirado y crea un movimiento. Una empresa, una fundación, una corriente de pensamiento, una nueva manera de generar valor. En el otro extremo, hay personas con un corazón en el que habita el sentido que dan a su vida y las preguntas últimas que tienen sobre este mundo. El liderazgo inspirador es ese aliento contagioso que va del alma de las organizaciones al corazón de las personas. Ya se trate de los miembros del equipo, de los clientes o usuarios a los que cada organización se dirige, o de cualquier otro grupo de interés.
Los líderes inspiradores lo son porque tienen un proyecto que aporta sentido a las vidas de otras personas. Lo son porque son líderes de sentido. Porque los miembros de su equipo, o sus clientes, o sus votantes o sus fieles encuentran en ese proyecto algo para sí mismos. Algo que tiene que ver con lo que en el fondo son o sueñan con ser.
Como resultado del progreso, cada vez son menos los profesionales que necesitan alguien que les dirija. Aunque aún conservamos palabras arcaicas como jefe o director, que connotan que hay alguien que tiene que dar órdenes o decirle a otra persona lo que tiene que hacer, lo cierto es que ya hay muchos profesionales que saben más de sus propios trabajos de lo que saben quienes les dirigen. Con el tiempo, cada vez va siendo también menos necesaria la capacidad de motivar, antes tan reclamada, dado que ya son muchos los profesionales que saben fijar sus propias metas y dirigirse hacia ellas. Sin embargo, sigue siendo necesaria, y posiblemente durante mucho tiempo, la presencia de líderes que sepan inspirar. Que sepan contagiar la mirada única que tienen sobre el futuro a otras personas, para que estas encuentren sentido en ese rumbo y se sientan inspiradas.
Ya Schlesinger se lamentaba hace décadas de que su mundo era un lugar sin héroes. Se dolía de que ya no había personajes como Einstein, Gandhi o Roosevelt. Cabría preguntarse si hoy, a pesar de la evolución de la tecnología y del crecimiento económico, seguimos también echando de menos grandes proyectos que nos entusiasmen y aporten sentido a nuestras vidas. En otro tiempo, la humanidad soñaba con descubrir nuevos continentes, con volar, con pisar la Luna. Sueños inspiradores. Tal vez la complejidad de nuestro mundo nos haya traído objetivos más terrenales y mundanos: influir, vender, ganar dinero.
Pese a ello, cada vez es más claro que los seres humanos no trabajamos solamente para vivir. Trabajamos porque eso nos da identidad. Trabajamos porque anhelamos aportar algo a este mundo. Trabajamos porque buscamos sentido en esta vida. Y en ese camino es absolutamente insustituible, y cada vez más necesaria, la presencia de líderes que nos contagien su visión y su esperanza, y que nos iluminen con la inconmensurable luz de su aliento inspirador.