Un mensaje a Sophie
“Hijo, me imagino que estás muy cansado con los preparativos para el viaje, pero lee esto mañana con tranquilidad. Como tú sabes, cuando vivía en París, compartía apartamento con una alemana de Berlín llamada Sophie Müller*. Ese es su nombre de soltera, pero allá se usa el apellido del marido. Su esposo se llama Gunther Weber. Nos escribimos durante algunos años, pero luego perdimos el contacto. He pensado que tal vez podrías aplicar “Un mensaje a García” y localizarla, por favor. Tengo dos direcciones; la última del 1975 quizás sigue siendo la actual. Me daría mucho gusto que hablaras con ella y me consiguieras su número de teléfono. Tal vez, cuando estén en Berlín, puedas llamarla o ir en un Uber a visitarla en la tardecita. Te lo dejo de tarea. En fin, ya me dirás”.
Con este “sencillo” encargo de mi madre de localizar a una amiga con la cual no tenía contacto alguno desde hacía 45 años, me desperté el mismo día en que haría un corto viaje familiar que incluía una visita de dos días a Berlín. Le respondí a mi madre que, por favor, me disculpara, pero que, con apenas dos días para conocer esa ciudad, no creía que tuviese tiempo para contactar a su amiga. Su respuesta fue enviarme la imagen de las dos últimas comunicaciones que recibió de su amiga, —las tarjetas anunciando los nacimientos de sus dos hijos Maximilian y Leon—, con la siguiente nota: “Aquí te envío más información por si te ayuda. Abajo está su dirección, pero no sé si viven ahí. Recuerda que querer es poder”.
Ante un mensaje tan “sugestivo”, y a pesar de que mi agenda de esa mañana era intensa, decidí apartar unos minutos para ver lo qué podía hacer. Si durante mi viaje no tenía tiempo de ver a Sophie o de hablar con ella, quizás, al menos, sí tendría suerte de encontrar sus datos de contacto. Como siempre he dicho, si la necesidad es la madre de la inventiva, la urgencia es el padre. Así que, me puse manos a la obra a buscar en internet y las diferentes redes sociales. Los minutos se convirtieron en casi dos horas de intensa investigación y descarte hasta que localicé a un Maximilian Weber, destacado músico de jazz que había nacido en el 1975 y vivía en Berlín. Le escribí por Facebook y le pregunté si él era el hijo de Sophie y Gunther. No recibí respuesta.
Al fin, llegamos a Berlín luego de un viaje de muchas horas. Nuestro primer día conociendo tan interesante ciudad fue agotador. Esa noche, ya en nuestra habitación del hotel recuperando fuerzas, de la nada mi hija me preguntó: «¿Qué vamos a hacer sobre la roommate de la abuela? ¿Vamos a intentar ir a verla?». Sorprendido, respondí sin meditar mucho mi respuesta y con un ligero tartamudeo: “Sí, sí, va… vamos a intentarlo”. Resulta que muy hábilmente y para aumentar las probabilidades de éxito de su meta, mi madre, también, le había encomendado a mi hija ayudarla en su misión. Ante tan contundente evidencia de lo importante que era esto para mi madre, decidí hacer el intento de nuevo. Además, pensé que si lograba encontrar a Sophie —o al menos lo intentaba— daría dos grandes ejemplos a mi hija. El primero era que siempre hay que tratar de dar la milla extra y el segundo, que a los padres se les complace en todo lo que esté a nuestro alcance.
Revisé mi cuenta de Facebook y aún no había respuesta de Maximilian. Volví a escribirle, pero en esta ocasión le di más detalles de la amistad de mi madre con su (posible) madre. Le indiqué que quería validar si él era su hijo para que me dijese cómo localizarla. A los tres minutos, recibí una respuesta suya diciéndome no solo que él era hijo de Sophie, sino que ella le había hablado hacía poco de su gran amiga de juventud que se fue a República Dominicana y de quien perdió el contacto después de varios años. Para más fortuna, su nueva dirección quedaba a tan solo una parada de metro de nuestro hotel. La mañana siguiente estábamos mi familia y yo en casa de Sophie y Gunther viendo fotos de aquella época en París. Está de más decir que mi madre y ella restablecieron contacto tras 45 años de separación.
¿Por qué les he compartido esta historia tan personal? Primero, por la grata sensación que tuve de complacer a mi madre con aquello que tanto la ilusionaba. Segundo, porque me di cuenta una vez más de que la magia está fuera de la zona de confort y recordé que la gratificación casi siempre supera con creces al esfuerzo. Tercero, porque entiendo que hay una lección muy importante detrás de todo esto: el gran poder que tiene el nunca desfallecer ni darse por vencido. Recordemos como mi madre no solo respondió a mi negativa con más información para motivarme y ayudarme a hacer algo que ella quería, sino que, para minimizar el riesgo, también, asignó la misma tarea a otra persona. De esta forma, aumentó sus probabilidades de éxito. El resultado habla por sí solo.
Todo el que me conoce muy bien sabe que soy un gran promotor de Un mensaje a García y del valor de ser confiable. Y creo que mi madre usó eso a su favor al mencionármelo, pues me recordó que yo tenía que ser coherente. En esa ocasión, cumplí la misión y llevé el mensaje a Sophie… Y usted, ¿tiene alguna misión pendiente por cumplir?
*Nombres ficticios