¿Está preparado para surfear en la nueva realidad?
Nada es estático o fijo. Todo es fugaz y temporal. El cambio es universal e inevitable. Todo está en constante flujo. El futuro no va de estabilidad y certeza, sino más bien de imprevisibilidad. En cualquier aspecto, todos navegamos hoy en un mar de incertidumbre. La certeza no deja de ser una ilusión. No podemos controlar el futuro.
La única realidad verdadera es el cambio. Todo está en constante transformación. Los líderes y profesionales actuales necesitamos reformular nuestra relación con el cambio y aprender a guiarnos a nosotros mismos y a los demás en este entorno distinto. Las olas de cambio son grandes y vienen a velocidad de vértigo. Por eso solo tenemos dos opciones: hacer el cambio o dejar que este nos haga a nosotros. ¿Queremos o no subirnos a esa ola? ¿Surfeamos o nos quedamos en la orilla a verlas venir? Quizás quien nunca ha surfeado —o ha estado dentro de un mar revuelto o en condiciones duras— piensa que el surfear es meterse a esas olas gigantes, coger olas e irse tranquilamente.
Lo que quiero decir es que no es llegar, surfear y salir a secarse como algunos pueden pensar. El surf es un deporte que, además de la evidente preparación física y mental que necesita para mantenerse sereno bajo la fuerza de una ola gigante, requiere también de constancia. En el surf, la naturaleza tiene la última palabra: si no hay olas, no hay surf. Uno puede prepararse a conciencia, entrenar sin descanso, viajar con el equipo hasta el lugar de convocatoria y encontrarse con que el parte meteorológico ha cambiado y las olas esperadas no llegan. La preparación mental hace que la decepción no se convierta en frustración.
¿Estamos preparados para surfear con este grado de volatibilidad? Es nuestra actual elección de la vida. Es un asunto de coraje, de dejar de vivir atrapado en el miedo y la desconfianza y abrirnos a una mentalidad diferente. Nuestra nueva realidad convive con la ambigüedad. Como líderes, hemos de aprender a surfear con este código, buscar lo contrario a la certeza y sobre todo, tener claridad de visión.
Los líderes del siglo XXI sabemos que solo lo podemos conseguir con los otros: solo podremos surfear si trabajamos en equipo. Este es un surf de olas grandes, y, por tanto, un deporte de equipo, pese a lo que muchos se puedan creer. Ningún surfista puede hacerlo solo. El surfista no ve llegar la ola que quizás le dé su mayor logro. Para ello tiene que contar con un spotter, esa persona esencial que desde tierra avisa durante una sesión de las olas que se acercan; también se necesitan motoristas que nos llevan hasta el punto óptimo, que nos lancen a la ola elegida y que, tras surfearla, nos recojan o, en caso necesario, nos rescaten; y hace falta un buen entendimiento con el shaper, ese artesano que fabrica nuestra tabla ideal, la que se adapta a nuestra forma de surfear y que conoce a la perfección las características de las diferentes olas. Sin esa cooperación, el surf de grandes olas no sería lo que es hoy.
¿Contamos con la generosidad de nuestro equipo para subirnos a estas olas? Solo si contamos con un equipo integrado, flexible y cooperador podremos surfear en estas aguas. No podemos hacerlo solos.
En estos tiempos, pese a lo que se pueda pensar, los líderes hemos de ser, ante todo, verdaderos seres humanos. Lejos quedan ya los tiempos del narcisismo y los aplausos, de los estilos grandiosos, del poder y admiración, del castigo y la recompensa. Las personas cada vez más quieren ser dirigidas por personas auténticas, reales, dignas de admirar, que estén 100 % presentes para ellas, que utilicen su humanidad para ayudarlas. Quieren líderes vulnerables que no vayan de superhéroes, que sean ellos mismos, con sus virtudes y defectos, sin avergonzarse. Líderes que reconozcan sus errores, sus sufrimientos, sus miedos en público. Entonces, ¿cómo hemos de liderar? Tratando de incrementar la inteligencia de su equipo; sacando de ellos su máximo potencial, dándoles libertad de actuación; generando ambientes para que su equipo piense, exigiéndoles lo mejor a nivel intelectual y de rendimiento; sembrando oportunidades y lanzando retos; sometiendo las decisiones importantes a debate, no solo para asegurar la mejor decisión, sino para desarrollar la inteligencia colectiva y preparar a la organización a actuar una vez tomada la decisión.
“Los seres humanos corremos más rápido cuando hemos perdido el rumbo”. Rollo May
Sobre todo, no podemos ser líderes de piloto automático, prisioneros de la prisa, sino que hemos de saber ralentizar la marcha. En este mundo en constante cambio, las condiciones son diferentes, y, como en el surf, hay que tener la paciencia de saber esperar la ola idónea. La meta hoy se mueve constantemente. Si vamos a velocidad, nos pondremos ansiosos, perdemos visión y estancamos la creatividad. Por el contrario, si aprendemos a aquietar la mente, nos centraremos en lo que realmente importa. La pausa nos permitirá observar, procesar y actuar. En esa quietud, lograremos tomar decisiones sabias, tener mayor resistencia, mejor presencia, concentración y claridad en los objetivos.
El surf es, en realidad, un deporte lento en el que las prisas no nos van a llevar a ningún lugar. Es un deporte de presencia, pues tiene que ver con la atención y la respuesta. Nos enseña a disfrutar del camino, de los pequeños logros. Si no lo hacemos así, abandonaremos y no conseguiremos nuestros objetivos. En este mundo en el que todo tiene que ser ya, este deporte nos enseña a que no todo es así, que hay muchos estados de satisfacción en el camino, lugares en los que se disfruta y llenan.
Y finalmente, hemos de ser flexibles. Hemos de soltar nuestro apego a lo conocido, y afrontar el miedo a lo desconocido que es lo que nos impide estar en presencia. Hemos de dejar ir al futuro de forma proactiva sin resistencias. En la actualidad, los planes tienen poca importancia. Ya lo dijo Henry Mintzberg: “la estrategia emergente se desarrolla con el tiempo a medida que una empresa equilibra sus objetivos con las circunstancias cambiantes”.
En este cambio de enfoque de lo conocido a lo desconocido, la clave está en saber fluir, en aceptar el cambio, dejando de lado la ilusión de que podemos controlarlo todo y vivir el momento. Entonces, nos daremos cuenta de que se abre todo un universo de posibilidades. No olvidemos nunca que las olas fluyen y refluyen sin parar.