El nuevo liderazgo integra el arquetipo femenino y masculino
Me preocupa tanto la falta de confianza de algunas mujeres como la actitud defensiva de muchas otras. Parece como si las mujeres aún tuvieran que disculparse o pedir permiso por ser mujer o, si no, salir a la calle a hacer la guerra.
Ninguna de las dos actitudes me parece productiva y efectiva. Además, los tiempos están cambiando, y nosotros, como seres humanos, también hemos de cambiar ciertos paradigmas. Lo primero que hay que tener claro es que, a nivel de liderazgo, no es más preferible un género que otro, pero sí que cada cual va a ser mejor líder si desempeña su rol desde su propio arquetipo, pues en el residen sus cualidades innatas.
“Nunca he creído que por ser mujer deba tener tratos especiales. De creerlo, estaría reconociendo que soy inferior a los hombres y no soy inferior a ninguno de ellos”.
Marie Curie
Los hombres y las mujeres no son iguales, salvo en derechos. Las diferencias se pueden apreciar en términos físicos, biológicos, psicológicos, sociales y culturales. Por plasmar algún ejemplo, señalo los siguientes puntos de diferenciación:
1. Las células que forman el cuerpo del hombre y de la mujer son diferentes.
2. A nivel hormonal, en la mujer el estrógeno, la progesterona y la oxitocina establecen relación con los circuitos cerebrales para propiciar conductas propiamente femeninas. En el hombre, predominan la testosterona, la vasopresina y una hormona llamada SIM.
3. Tampoco nos parecemos en la expresión de los sentimientos: la mujer los exterioriza, el hombre tiende a interiorizar y a relativizarlos.
4. El lenguaje masculino da preferencia a temas concretos referidos a cómo funcionan las cosas y al mundo exterior, el mundo objetivo. El lenguaje femenino es más cotidiano, más subjetivo, vinculado a los sentimientos y al mundo interior.
¿Y esto qué tiene que ver con el liderazgo? Pues que, hasta ahora, las mujeres han liderado con arquetipos masculinos, desde la fuerza, el poder y el carisma, quizás porque consideraban que era su única forma de sobrevivir en un mundo empresarial entonces dominado por los hombres. De ahí que la mayoría de las mujeres ejecutivas trataban de imitar a los varones, dejando a un lado sus diferencias sustanciales femeninas, para incorporar en su gestión capacidades propias de la testosterona.
Sin embargo, hoy la actualidad es otra. Las organizaciones han cambiado y siguen en proceso rápido de transformación hacia estructuras más planas e interconectadas, en las que se empieza a vislumbrar la necesidad del estrógeno femenino: “necesitan las características de colaboración, empatía, sensibilidad y consenso para crear equipos adaptados a las nuevas necesidades”. Por eso, las mujeres han de sentirse orgullosas, pisar fuerte y llevar al frente de la organización sus propias cualidades innatas.
Ahora bien, para evitar malas interpretaciones, quiero dejar claro que no estoy diciendo que el hombre ha de liderar desde lo femenino, que podría, igual que hizo la mujer, sino que entendamos que el hombre y la mujer no son competencia, sino complementarios, y que el nuevo paradigma de liderazgo ha de estar basado en la intersección de las mejores características de los dos modelos, masculino y femenino. Dicho de otro modo, el nuevo liderazgo requiere de las cualidades de los dos universos. Por eso hemos de trabajar a favor de la integración de ambos.
En la siguiente gráfica, podemos ver claramente que los hombres tienden a ser más autocráticos y orientados a la tarea: suelen ser más agresivos, emprendedores, independientes, autosuficientes, dominantes, competitivos y racionales. Las mujeres, en cambio, tienden a ser más democráticas y orientadas a las personas y a las relaciones: suelen mostrar interés por los demás, saben escuchar, tienen más facilidad para ponerse en la piel del otro, son más colaborativas, son generosas, flexibles en la toma de decisiones, sensibles, comprensivas y están más pendientes de los detalles de cualquier tema o proyecto.
Entonces, ¿qué necesita aportar la mujer al liderazgo? Muy simple: su feminidad, su orientación a personas, su liderazgo integrador, para conseguir que todos los integrantes de la organización participen y cooperen. A continuación, señalo las competencias del arquetipo femenino:
-
Orientación a personas: Son sociables, expresivas, atentas y cercanas, ayudan a otras personas a desarrollarse.
-
Predisposición al cambio: Su estilo es flexible, innovador y asume riesgos.
-
Aptitud para la comunicación: escuchan con empatía las opiniones y puntos de vista de todos.
-
Capacidad de actuar en muchas direcciones con organización: Inspiran y motivan a otros.
-
Inclusión: alientan la participación, el consenso y comparten el poder
¿Y todo eso para qué? Los últimos estudios reflejan que las iniciativas femeninas contribuyen de manera positiva a la rentabilidad, productividad y organización de las empresas. Un estudio del Instituto Peterson para la Economía Internacional y el Centro de Estudios EY determina que el liderazgo femenino incrementa hasta seis puntos porcentuales los beneficios empresariales.
Si las mujeres, dirigentes en potencia, ponen en funcionamiento todas sus características femeninas para llevar a los equipos directivos a un mayor compromiso social y un estilo de liderazgo más participativo, conseguiremos empresas socialmente responsables, con climas laborales sanos, donde se concilie adecuadamente y, por supuesto, se alcancen altos niveles de rentabilidad.
En conclusión, la integración del liderazgo femenino conjuntamente con el masculino representa el futuro y el avance hacia la consecución de una mayor igualdad de oportunidades, y, además, una mayor eficacia. Para lograrlo, hemos de trabajar en la polaridad universal en anexar el principio masculino (que implica movimiento, la acción de engendrar, la capacidad de explorar el mundo y de ir en busca de lo que se quiere) y el femenino (la capacidad de entrega y de receptividad, ternura, fecundidad, contemplación e intuición). Lo importante es reconocer y aceptar las particularidades de cada género, aceptar la validez de ambos tipos de liderazgo y de la diversidad de las contribuciones respectivas para llegar a un consenso unificado.