Secretos para generar resultados espectaculares en cualquier empresa – Parte 3
Basileo se fue contento con su nueva responsabilidad de tener que contagiar el conocimiento que le habían compartido. Se sentía orgulloso de ser ese canal para poder trasladar a otra gente todo lo que estaba aprendiendo. Es así que, con toda la ilusión, llegó a su trabajo. Como otros muchos días, el ambiente estaba algo enrarecido. Aun así, él no se vino abajo y, con muchas ganas, deseaba cruzarse con algún compañero o compañera de trabajo.
Era media mañana cuando se acercó a la zona de máquinas del café y coincidió con uno de sus compañeros, de nombre Fernando. Después de un saludo cordial y de romper el hielo con trivialidades del día, se pusieron a compartir situaciones del trabajo y del sector en el que estaban inmersos. Fernando le llevaba veinte años de edad a Basileo. La actitud de Fernando era de rutina y resignado al trabajo que tenía, sin encontrar alicientes para generar una energía extra. Se sentía como si estuviera en la rueda de la jaula de un hámster. A su vez, se desahogaba, comentando que ese trabajo era frustrante y que no tenía otra opción que seguir ahí, pero que, a veces, le daban ganas de tirarlo todo por la borda. Basileo le escuchaba atentamente y, con la información que barajaba y que le había compartido su Maestro, estaba con ansiedad de poderle dar un consejo.
En el momento que pudo hablar, casi interrumpiendo a Fernando, —eso sí, con muy buena fe—, le dio a modo de consejo una de las buenas lecciones que recibió de Arcay. Él esperaba que Fernando le diera las gracias, porque con esta información vería luz al final del túnel como él también en su momento la vio. Su sorpresa fue cuando vio la reacción que tuvo Fernando en el momento que Basileo le habló. Fernando empezó a decirle expresiones del tipo:
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Eso son tonterías.
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Lo dices porque eres joven y llevas poco tiempo en este trabajo. En cuanto lleves más tiempo, hablarás igual que todos los que estamos aquí.
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Yo también al principio pensaba como tú.
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El tiempo te hará cambiar de opinión.
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Esto que me acabas de decir es psicología barata y, además, no te he pedido ningún consejo.
Y más expresiones, acompañadas de una sonrisa sarcástica en la que se podía leer entrelíneas: “Pobrecito, Basileo. Es jovencito todavía; ya se dará golpes en esta vida y cambiará de opinión”.
Basileo se fue frustrado de ese café que compartió con Fernando. Aun así, recordaba aquello que le dijo su maestro: “todo aquello que me incomode, esconde un aprendizaje para mí”. A Basileo este mensaje le resonó y no se desanimó ante la situación. Y lo que interpretó es: “si me ha incomodado y he tenido un rechazo, eso significa que tengo que seguir insistiendo y no tirar la toalla”. Y eso mismo hizo. En el momento que se cruzó con otra persona que estaba en un estado de queja, rápidamente repitió lo mismo. En esta segunda ocasión fue con una compañera de nombre Candela. A la hora del almuerzo, se encontró con ella en la puerta principal de la empresa y, acto seguido, la saludó y le propuso almorzar juntos, a lo que Candela respondió que sí.
Mientras disfrutaban de la comida, hablaban y compartían puntos de vista de distintas noticias y eventos ocurridos en la sociedad. Ya entrando en el segundo plato, previo al postre, salió el tema del clima laboral y posibilidades de crecimiento en la empresa. Basileo mostraba entusiasmo en lo que hacía, independientemente de que no fuera el trabajo ideal para él. Candela, al escucharlo, le dijo que estaba muy bien que tuviera esa actitud y que entendía que la tuviera. Ella dijo: “Hace cinco años, cuando me incorporé, pensaba y actuaba como tú. El tiempo y la política de esta empresa me ha demostrado que hay que hacer lo justo para que no te echen y no hacer más de lo que te piden”. Basileo no daba crédito a lo que estaba escuchando. Esos mensajes estaban en contraposición con todo lo que le había compartido su maestro Arcay.
Basileo sacó pecho ante la situación y daba a su compañera contraargumentos de peso a todo lo que le decía. Y según avanzaba la conversación ya a mitad de los postres, la tensión entre los dos se fue acentuando. Llegó el punto que hubo que pedir la cuenta y terminaron de hablar del tema, porque, compartiendo las posiciones de ambos estaban, más que dialogando, discutiendo. Al llegar a la oficina, se despidieron, quedando la relación entre ellos enrarecida. Basileo se sintió frustrado y pensaba: “No entiendo nada. Estoy intentando ayudar y estoy empeorando las relaciones con mis compañeros. ¿Qué me está pasando?”.
Ya era la hora de salir del trabajo y, una vez llegó a su casa, necesitó desconectarse. Se hizo una cena ligera y se fue a la cama, agotado del día intenso que tuvo. Entró en un profundo sueño y cuál fue su sorpresa cuando empezó a escuchar una voz que le resonaba, una voz que su timbre le transmitía paz. Era la voz de su maestro, Arcay.
—Maestro: Hola Basileo, ¿cómo andas?
—Basileo: Hola, maestro Arcay. ¡Qué alegría de volverle a ver! La verdad que un poco frustrado. He puesto en práctica todo lo que me compartió y algo está pasando, porque no me siento en paz conmigo mismo. Es más, me arrepiento de haber hecho algunas cosas ayer,
—Maestro: ¿Qué te pasó?
—Basileo: A dos compañeros que los noté frustrados y desencantados con el trabajo que tienen les empecé a decir lo mismo que usted me compartió a mí. Y lo hice con toda la ilusión, pensando que esas ideas iban a resultar un punto de inflexión en sus vidas y trabajo tendría más sentido para ellos.
—Maestro: ¿Y qué pasó?
—Basileo: Que con ambos terminé con cierta tensión, sin llegar a discutir, pero con la relación resentida. Y no sé qué pasó.
Arcay sonrió, quitándole importancia. Basileo lo miraba y no entendía por qué él se sentía mal y parecía que a su Maestro esta situación no le afectaba. Es más, parecía que no le importaba.
—Maestro: Basileo, por ahí hemos pasado todos. Por eso me río. Te ha pasado que te has hecho merecedor de una información con un alto nivel de consciencia, información a la que muy poca gente tiene acceso. Y tú, con toda tu generosidad, has querido compartirla. Eso no está mal. Lo que pasa es que, para compartir algo en esta vida, hay que hacerlo en “demanda” y no en “oferta”.
—Basileo: No entiendo esto de “demanda” y “oferta”.
—Maestro: Te lo voy a explicar de una forma un poquito banal. Imagínate que te dedicaras a la venta de productos. ¿Tú que prefieres: qué te busquen y pidan tu producto o tú buscar a la gente y ofrecer tu producto?
—Basileo: Prefiero que me busquen a tener que buscar yo.
—Maestro: Así es, Basileo. ¿Cuál es la razón por la que prefieres que te busquen y no tener que buscar tú?
—Basileo: Porque de esa forma requiere menos esfuerzo y tengo mejores resultados.
—Maestro: Así es. Entonces con esto que te acabo de compartir, vamos a reflexionar juntos. Cuando compartiste mis enseñanzas con tus compañeros, ¿cómo lo hiciste? ¿En demanda o en oferta?
—Basileo: Recapacitando me estoy dando cuenta de que lo hice en oferta.
—Maestro: Así es, Basileo. Y en esa oferta que generaste, ¿tú crees que ese público en ese momento estaba dispuesto a comprar estos consejos?
—Basileo: La verdad, viéndolo en retrospectiva, creo que no.
—Maestro: Así es. Al principio de esta reflexión, te comenté que lo íbamos a hacer algo banal. La banalidad que te voy compartir es que en esta vida todo, y reitero todo “hay que venderlo”, sea un producto, un servicio o una idea. La gente, en general, no es consciente de esto. La razón es muy sencilla: no saben lo que significa “vender”. Y consideran que vender es manipular a la gente. Te voy a dar una definición de venta que es muy sencilla: vender es satisfacer una necesidad. Con esta definición, ¿quién consideras que es importante que hable más, tú o la persona que puede tener necesidades?
—Basileo: Visto así, la otra persona
—Maestro: Exacto. Por eso, te voy a dar la regla de oro para compartir la información que te estoy dando, de forma que la gente la reciba con los brazos abiertos y la relación se fortalezca. ¿La quieres?
—Basileo: Claro que sí.
—Maestro: ¿Te has dado cuenta como tú ahora estás con toda la inquietud del mundo para recibir esa información? Ahora la regla de oro se ha convertido en una información en demanda, demandada por ti.
—Basileo: Estoy empezando a comprenderlo. ¡Tengo ganas ya de recibir esa “regla de oro”!
—Maestro: La regla de oro es muy sencilla. Cuando tú veas a alguien que está pasando por una situación que no le es agradable y creas que tienes una información que le puede ayudar, te invito a que le digas lo siguiente:
“Te estoy escuchando y veo lo que te está pasando. He vivido algo parecido a lo tuyo. En esa ocasión, me llegó una información que me ayudó muchísimo. Si tú quieres, te la comparto”.
Una vez que hayas dicho esto, Basileo, pueden pasar tres cosas.
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Que te diga que no le interesa; por lo tanto, no tiene sentido dársela.
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Que no te conteste, por lo que estarías perdiendo el tiempo si se le das la información.
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Que te la pida y en ese momento tu información la estará deseando con los brazos abiertos y estarás en demanda.
—Basileo: Ahora entiendo muchas cosas que me han pasado en otras ocasiones.
—Maestro: Me alegro mucho, Basileo. Por hoy, vamos a terminar y recuerda una frase célebre: “El maestro aparece cuando el alumno está preparado”. Cuando no te soliciten la información, no la compartas, pues la persona todavía no está preparada para recibirla. Me encantó como siempre estar contigo Basileo, nos seguiremos viendo. ¡Hasta pronto!
—Basileo: Muchas gracias, Maestro, por todo lo que me comparte.
Basileo siguió en su sueño profundo y según despertó por la mañana, con una sonrisa bien marcada, se arregló y desayunó con ganas de ir a su trabajo y poner en práctica lo que su maestro le compartió.