Secretos para generar resultados espectaculares en cualquier empresa – Parte 2
Basileo encontró un puesto en un sector que no era el idóneo de lo que él buscaba. El motivo de decidirse por este trabajo fue seguir los consejos de su maestro Arcay (ver la primera parte de este artículo aquí). En aquel primer sueño que tuvo, le dijo: “Todo aquello que me incomode, esconde un aprendizaje para mí”. Este consejo lo llevaba siempre presente y, por esa razón, inició su actividad profesional en ese trabajo con toda su energía.
Llevaba un mes trabajando y, aunque ponía toda su máxima actitud, le costaba encontrar los aprendizajes que se supone escondía esa nueva actividad. Algunos días le resultaban duros porque le costaba encontrar esa energía que le permitía dar lo máximo en el trabajo. A su vez, se fue sumando que, con el paso del tiempo, empezó a dudar si el sueño que tuvo con su maestro Arcay fue real, ya que era algo muy personal y difícil de compartir con alguien más por el riesgo de que lo tacharan de loco. La gente con la que contactaba en el día a día no estaba en esa línea de sabiduría que le compartieron en su sueño y los mensajes de su entorno cada vez le iban haciendo más mella. Esto hizo que, poco a poco, lo fueran contagiando con esa forma de pensar diametralmente opuesta a lo que tuvo en su sueño.
Era final de la semana y Basileo estaba agotado. Deseaba poder disfrutar del sábado y desconectar. Ese viernes, lo llamaron algunos amigos suyos para salir, pero su cabeza necesitaba resetearse y desconectar de todo. Por esa razón, optó por cenar tranquilo y ver una película en la televisión. Una vez terminó la película, se preparó una infusión caliente y se fue a dormir.
Según se tumbó en la cama, sus párpados se cerraron poco a poco hasta caer en un sueño profundo. Basileo escuchaba una voz a lo lejos, casi como un susurro, que pronunciaba su nombre. No sabía quién era. Poco a poco su nombre cada vez lo escuchaba más alto hasta que le vino un pálpito de alegría e identificó esa voz como la de su maestro Arcay.
—Basileo: Hola maestro Arcay, ¡qué alegría de volverlo a ver!
—Maestro: Hola, Basileo. Para mí, también, es una alegría encontrarme contigo de nuevo. ¿Cuál es el motivo por el que te ha alegrado tanto el que nos encontráramos?
—Basileo: Pues muy fácil, mi maestro. Ha pasado bastante tiempo desde que me encontré la anterior vez con usted y ya dudaba de si había sido verdad o no.
—Maestro: ¿Y cuál fue la razón por la que dudabas de si fue cierto o no nuestro encuentro?
—Basileo: Las personas con las que trato en el día a día piensan de otra forma y son mayoría. Este continuo contacto con esa forma de pensar me ocasiona dudas de si lo que me transmitió en su momento era lo idóneo o no.
—Maestro: Ahora entiendo. Si me permites, te voy hacer tres preguntas. La primera: ¿los consejos que te compartí los pusiste en práctica? La segunda pregunta: ¿los consejos que pusiste en práctica te dieron resultados? Y la tercera pregunta: ¿las personas que te encuentras en el trabajo están felices y satisfechas con lo que hacen?
—Basileo: En cuanto a la primera pregunta, sí he puesto en práctica lo que me compartió. En lo que se refiere a la segunda, creo que también porque, independientemente de que el trabajo que tengo no es el ideal, lo abordo con el mayor entusiasmo e intrigado en encontrar esos aprendizajes que me tiene reservados. Y en cuanto a la tercera pregunta, en general, yo creo que no. Veo mucha queja y poca valoración del trabajo que tienen. Es como que lo hacen porque “tienen que trabajar para vivir”.
—Maestro: Genial las respuestas que me has aportado. Me van a permitir darte un consejo importante que creo que te ayudará. Hace 21 siglos el maestro Jesús, un experto sobre la importancia de la coherencia entre palabras y obras, le compartió a sus discípulos: «Cuidado con los profetas falsos; se acercan con piel de oveja, pero por dentro son lobos rapaces. Por sus frutos los conoceréis. ¿Acaso se cosechan uvas de las zarzas o higos de los cardos? Así, todo árbol sano da frutos buenos; pero el árbol dañado da frutos malos. Un árbol sano no puede dar frutos malos, ni un árbol dañado dar frutos buenos. El árbol que no da fruto bueno se tala y se echa al fuego. Es decir, que por sus frutos los conoceréis.» (Evangelio Mateo 7, 15 – 20).
Con este mensaje de sabiduría lo que te quiero compartir, Basileo, es que a ti te han sido útiles las recomendaciones que te di. Te aportaron sentido y energía para ir a trabajar durante este mes. Y, por otro lado, a tus compañeros lo que hacen en su día a día les está restando energía. Además, tienen escasa satisfacción interior y poco sentido ven en su trabajo, por lo que no les está haciendo crecer su forma de pensar. Entonces, Basileo, entiendo tus dudas en este tiempo sobre si las recomendaciones que te di eran correctas o no. Para ello, me gustaría que te anclaras el siguiente recurso para que de aquí en más no dudes de lo que estás haciendo. Cada vez que te venga una duda similar pregúntate: “¿Me está dando resultados lo que estoy haciendo?”. Con esto, quiero decirte que tú no me creas nada de lo que yo te diga, no te llenes de creencias. Te invito a que todo lo pruebes para que lo experimentes y una vez experimentado, la alquimia de tu pensamiento lo transformará en sabiduría. En resumen: “Por los frutos que consigas, sabrás si estás haciendo lo correcto o no”. Basileo, ¿te ayuda este consejo en los momentos que tengas dudas de tu forma de actuar y pensar?
—Basileo: Me ayuda muchísimo, maestro, porque es sencillo de comprender. Muchas gracias.
—Maestro: Fantástico, Basileo. Ahora me gustaría ayudarte a comprender algo que te ha ocurrido con tus compañeros de trabajo y que es importante que cuides en tu día a día.
—Basileo: Dígame, mi maestro
—Maestro: La actitud o ánimo que tienen en este momento tus compañeros, salvo alguna excepción, no es la más positiva. Eso no es malo porque como ya te conté en el anterior encuentro que tuvimos, estas personas que te pueden llegar a generar incomodidad es porque te están mostrando un aprendizaje para ti. En esto no voy a profundizar porque ya te lo expliqué. Ahora bien, estas personas vibran en una energía y con los consejos que te estoy pasando, tú vas a vibrar en otra energía. Solo tienes que tener en cuenta algo, y es muy importante que lo tengas presente: “La energía que vibre más fuerte, arrastra a la otra”. Te explico lo que te quiero decir en esta frase. Imagina que tienes dos vasos del mismo tamaño. Uno de ellos, lo llenas hasta la mitad con agua fría. El otro, lo llenas hasta arriba con agua caliente. Después, en una jarra mezclas las aguas de los dos vasos. ¿Qué temperatura tendrá el agua mezclada: más caliente o más fría?
—Basileo: Pues, el agua estará caliente.
—Maestro: ¡Exacto! ¿Y a qué conclusión llegas con este planteamiento de la física, si lo adaptas a tu trabajo?
—Basileo: Creo interpretar que si siempre estoy con gente que vibra con una actitud más baja que la mía, puedo tener tendencia a que mi actitud, también, baje.
—Maestro: Basileo, ¡me encanta ser tu mentor! Rápidamente hilas los consejos con tu día a día y ayuda muchísimo en tu desarrollo. Entonces, te planteo algo a partir de tu respuesta. ¿Qué puedes hacer en tu día a día para que tu energía se mantenga alta y sigas vibrando con una muy buena actitud?
—Basileo: No lo sé. Ahora, por ejemplo, me siento muy bien
—Maestro: Perfecto. Lo que pasa es que, en tu día a día, el camino lo vas andar tu solo y, aunque tengamos estos grandes momentos, en muchos estarás solo. Entonces, te planteo algo y tú me dices si te puede ser de ayuda. Me quedo con algo que acabas de decir, y es que “ahora mismo te sientes bien”. Entonces, qué pasaría si en los momentos que estés bajo te preguntaras: «¿Qué haría mi maestro Arcay en este momento?».
—Basileo: Maestro, creo que será de mucha ayuda porque ha logrado que cada vez que piense en usted sus tips rápidamente vengan a mi mente de una forma sencilla y clara.
—Maestro: Pues, ya sabes lo que tienes que hacer. Me gustaría entonces, Basileo, que me resumieras lo que has aprendido hoy, por favor.
—Basileo: Lo primero es que he de analizar en mi día a día si lo que hago me da resultados o no, y tendré siempre presente la frase “Por sus frutos los conoceréis”. Lo segundo, buscar un modelo de referencia importante en mi vida, que en este momento es usted, y me preguntaré: “¿Qué haría mi maestro Arcay en esta situación en que me encuentro?”.
—Maestro: Basileo, aprendes rápido. Me gustaría para terminar el encuentro de hoy que me dijeras, desde tu punto de vista, ¿qué pasaría si en las empresas las personas en su día a día incorporaran estos dos aprendizajes que te acabo de compartir?
—Basileo: Uff, maestro, sería fantástico. Lo primero, la gente no echaría las culpas a otros porque en el momento que tuvieran contacto con ellos mismos y fueran conscientes de que su forma de actuar no les está dando resultados, automáticamente cambiarían de estrategia. Y en lo que se refiere a lo segundo, cada vez habría organizaciones que vibrarían con una energía más elevada y conllevaría clientes más satisfechos y un crecimiento mayor de la organización.
—Maestro: Pues, Basileo, tienes una responsabilidad. El conocimiento no es de uno. El conocimiento hay que contagiarlo al resto de tu entorno. Eres un privilegiado; tienes mucho por hacer y por hoy ya es suficiente. Te espero en el próximo encuentro para darte otros consejos.
—Basileo: Muchas gracias, mi maestro. ¡Hasta el próximo encuentro!