Una nueva mirada al talento: La “normalencia” y su poder transformador

NORMALENCIA: Cuando la NORMAlidad se convierte en exceLENCIA en la gestión de personas.
¿Por qué nos obsesiona ser un Ferrari?
Imagine que entra en un garaje repleto de vehículos de alta gama: Ferrari, McLaren, Rolls Royce. Exclusivos, llamativos, admirables. Ahora, ¿cuántos de nosotros hemos conducido uno? Quizás muy pocos.
Pero si preguntamos por un Toyota Corolla, un Honda Civic, un Hyundai Elantra o incluso una vieja guagua Mitsubishi, la respuesta será diferente. Casi todos, en República Dominicana y más allá, hemos viajado alguna vez en uno de esos vehículos «normales». Y lo curioso es que muchos de los recuerdos más emotivos de nuestras vidas no ocurrieron en un Ferrari, sino precisamente en esos vehículos modestos. Donde cabía toda la familia, donde compartimos meriendas improvisadas, canciones desafinadas durante los tapones, silencios cómplices o lágrimas en momentos de despedida.
Allí, en lo simple, descubrimos que también hay belleza, profundidad y magia. Y esta revelación, aunque parezca sencilla, abre la puerta a una visión distinta, más humana, de cómo lideramos y gestionamos.
Esta reflexión me llevó a una pregunta fundamental: ¿por qué valoramos tanto lo excepcional y subestimamos lo cotidiano? En la gestión empresarial sucede lo mismo. Admiramos los talentos deslumbrantes, los líderes carismáticos, las mentes brillantes… y está bien que así sea: esas personas suman valor, inspiran y abren camino. No se trata de desmerecer su aporte. Pero lo cierto es que, aunque brillen con fuerza, representan una parte más limitada del tejido organizativo. La mayoría del impacto sostenible en una empresa no viene de lo raro, sino de lo regular: de quienes están ahí cada día, aportando desde su constancia, su ética y su entrega.
Son esos profesionales «normales» los que, sin hacer ruido, construyen cultura, mantienen productividad y dan vida a la identidad corporativa. Personas que llegan temprano y se van tarde, que piensan en el cliente, aunque nadie se lo pida, que conocen el nombre del personal de limpieza y el de los nuevos. Que no buscan protagonismo, pero sin ellas, nada funcionaría igual. En su compromiso discreto y en su excelencia silenciosa se encuentra el verdadero corazón de la empresa. Reconocerlo no es solo justo: es una decisión de liderazgo inteligente.
La normalencia: una nueva forma de mirar el talento
De ahí nace un concepto que se me ocurrió a partir de mi propia experiencia: la normalencia. Un término que surge de la unión entre normalidad y excelencia. Define la capacidad de aceptar quiénes somos —con nuestras fortalezas y limitaciones— y transformar esa aparente normalidad en valor diferencial.
Este concepto no salió de un libro ni de una sala de reuniones. Nació de una vivencia personal. Me dedico al mundo de las conferencias y la formación, y, durante mucho tiempo, me comparé con personas que habían escalado el Everest, fundado imperios o superado tragedias épicas. Sentía que yo no estaba a ese nivel, que no tenía una historia lo suficientemente poderosa como para inspirar o transformar. Me sentía uno más, sin una gran historia que contar, con la sensación de que, si no tenía una vivencia fuera de lo común, no tenía nada valioso que aportar. Hasta que comprendí algo transformador: el verdadero valor no está en lo raro, sino en lo real.
Descubrí que, en lo cotidiano, en esa «normalidad» que muchos rechazan, hay un poder latente esperando a ser activado. Fue entonces cuando entendí que no necesitaba cambiarme, sino reconocerme. Aceptarme. Y, desde ahí, empezar a construir con más autenticidad, más verdad y más impacto.
La normalencia es la decisión consciente de mirar nuestras zonas menos brillantes y convertirlas, con trabajo y enfoque, en espacios de valor. Es entender que no hace falta reinventarse por completo para ser valioso, sino simplemente tener el coraje de elevar lo que uno ya es. Porque la verdadera excelencia no nace de lo excepcional, sino de lo profundamente humano.
Y esto, cuando se convierte en cultura organizacional, transforma los equipos desde dentro. Porque las personas dejan de intentar parecerse a un modelo ideal y empiezan a construir desde su propia autenticidad. Cuando un equipo se siente seguro para mostrarse tal cual es, cuando se valora la honestidad por encima de la apariencia, la productividad se eleva y el compromiso florece. Las empresas que adoptan esta filosofía no solo son más humanas, también son más sostenibles y auténticas.
De hecho, muchas veces no se trata de añadir más, sino de mirar mejor. De poner en valor lo que ya está presente pero no ha sido aún reconocido ni estimulado. Esa es la clave de una cultura basada en la normalencia: no cambiar a las personas, sino ofrecerles el entorno para que puedan ser lo mejor de sí mismas.
Normalencia en acción: ¿a quién recuerda usted?
Seguramente usted, en su trayectoria profesional, haya conocido a alguien que encarne perfectamente el poder de la normalencia. Un colaborador que, sin grandes alardes, transformó un equipo con su actitud constante. Una persona que parecía «común» y terminó marcando una diferencia profunda por la forma en que vivía su labor con autenticidad, con entrega, con alma.
Esas historias no llegan a portadas ni se premian en galas, pero son las que conectan con el alma de una organización. Porque ahí, donde el liderazgo no se impone, sino que se irradia, donde el compromiso no se exige, sino que se contagia, donde la excelencia no se impone, sino que nace del sentido… es donde vive la normalencia.
¿Recuerda alguna historia así? ¿Un jefe, una jefa, un compañero de equipo, alguien a quien aún lleva presente por cómo hizo brillar lo ordinario? Le invito a evocarlo. Porque en esa historia hay un espejo y también una invitación: la de creer que lo que usted hace cada día, desde su verdad, también puede dejar huella.
Y si tiene un equipo a su cargo, le animo a preguntarse: “¿A cuántas personas estoy mirando desde el prisma de la expectativa irreal y no desde la aceptación real?” Tal vez allí donde no esperaba nada extraordinario, viva la oportunidad de desarrollar algo memorable. Porque cuando dejamos de buscar héroes y empezamos a formar seres humanos plenos, el liderazgo cambia de raíz.
Y no solo cambia el liderazgo, cambia la organización completa. Porque donde se cultiva la normalencia, florece el orgullo de pertenencia. El trabajo deja de ser una obligación y se convierte en una forma de contribución con sentido. Eso se nota en el clima, en los resultados y en la energía que se respira en cada rincón de la empresa.
Claves prácticas para desarrollar la normalencia en su organización
¿Cómo transformar lo cotidiano en excelencia, lo habitual en inspiración, y lo rutinario en cultura viva?
La normalencia no se impone, se cultiva. En los pequeños gestos, en las conversaciones sinceras, en las decisiones éticas, en la coherencia del ejemplo. Fomentarla no es una estrategia de gestión: es una declaración de principios. Y como toda transformación significativa, requiere de visión, paciencia y mucha convicción.
Aquí tiene algunas claves y su aplicación práctica:
- Identifique sus áreas ocultas de valor: ¿Qué aspectos de usted o de su equipo ha pasado por alto por parecer demasiado cotidianos, pero que podrían ser fortalezas si se desarrollan?
- Desarrollar con intención: Invierta tiempo en desarrollar esas cualidades «discretas». Lo que hoy parece común, puede convertirse en una fuente de valor estratégico.
- Practicar la congruencia: Alinee lo que piensa, dice y hace. La coherencia inspira más que cualquier discurso.
- Celebrar las pequeñas victorias: No espere resultados épicos para valorar el esfuerzo. El reconocimiento diario construye culturas de excelencia.
- Cambiar la narrativa interna: Pase de “esto no es suficiente” a “esto tiene valor, y puedo hacerlo crecer”.
- Fomentar la inclusión de talentos diversos: Mire más allá del currículum. A veces, el mayor potencial está en quien menos lo aparenta.
- Escuchar con profundidad: Detrás de cada comportamiento hay una historia. Y detrás de cada historia, una oportunidad para liderar mejor.
Incluir estas prácticas en la cultura del día a día es construir desde la base. Es sembrar futuro con raíces sólidas. Y eso, más que una técnica de gestión, es una forma de mirar el mundo. Una organización que abraza la normalencia cultiva relaciones más genuinas, climas más saludables y equipos más resilientes porque el respeto y la autenticidad se convierten en el nuevo capital emocional de la empresa.
Además, cuando la normalencia se convierte en parte del ADN organizacional, se produce un efecto dominó. Las personas se sienten más escuchadas, más vistas, más valoradas. La creatividad aumenta, el compromiso se multiplica y la empresa se convierte en un lugar donde la gente no solo quiere estar, sino crecer.
Liderar desde lo humano, gestionar desde lo real
¿Cómo sería una organización donde cada persona fuera valorada no por lo extraordinario que parece, sino por lo auténtica y congruente que es?
¿Cómo cambiarían nuestras culturas si dejáramos de buscar el Ferrari perfecto y empezáramos a ver la potencia del Toyota que nos acompaña cada día?
La normalencia no es conformismo; es liderazgo desde la aceptación. Es transformar lo cotidiano en extraordinario. No todos pueden brillar con fuegos artificiales, pero todos podemos iluminar con constancia, autenticidad y coherencia.
El reto como líderes no es solo detectar el talento evidente, sino aprender a reconocer la esencia valiosa que se esconde en lo cotidiano. Porque lo que no brilla a simple vista, a menudo es lo que más transforma cuando se le da una oportunidad.
Y recuerde: dentro de usted hay una fuente de valor silenciosa, muchas veces ignorada por lo cotidiana que parece. Quizás no lo sepa aún. Quizás no lo haya expresado del todo. Pero está ahí, esperando ser cultivada. Potenciarla no es tarea cómoda, pero sí profundamente transformadora.
La normalencia no es una moda ni un discurso; es una manera de vivir y liderar. Y si logramos que forme parte de nuestro lenguaje organizativo, estaremos dando un paso hacia culturas más humanas, más sostenibles y más verdaderas. Estaremos diciendo, con hechos, que la excelencia también habita en lo simple, en lo constante, en lo honesto. Y eso, al final del día, es lo que hace que una empresa no solo funcione, sino que inspire.
¿Está dispuesto a aceptar su normalidad y transformarla en excelencia para liderar desde la verdad, desde lo humano, desde la acción?
Si la respuesta es sí… ¡le doy la bienvenida a la era de la normalencia!